Mt 18, 20

Hace unos años una vecina de la comunidad empezó una tradición de hacer un rosario diario durante el mes de agosto y peregrinar con una imagen de la Virgen María de casa en casa. Es su apostolado con el cual evangeliza en cada hogar, empieza con la lectura del evangelio del día seguida de una pequeña meditación (comentarios que cada quien hace según lo que ha entendido) y posterior se hace el rezo del santo rosario.

En mi casa tuvimos la bendición de formar parte de esta evangelización (llevamos ya varios años en ello) y es muy bonito esto pues los tres miembros que formamos parte de ese hogar nos unimos a los hermanos que se acercan para así juntos elevar nuestra oración a Jesús por medio de la Madre. Lo cual me llevó a recordar el texto de la cita bíblica que da título a este post, donde dos o tres estén reunidos en mi nombre allí estaré yo, nos dice Cristo.

También se hacen unas peticiones antes de comenzar el rosario, momento propicio para que cada corazón se vacíe de penas, dolores, angustias y, por qué no, se llene de alegría y gozo en el Señor. Madres pidiendo por sus hijos, sobrinos, nietos, por familiares enfermos, por proyectos personales e incluso por la misma Iglesia y quienes la conformamos en distintos niveles. Con fe pedimos a la Madre del Salvador que eleve nuestras oraciones hasta el Cielo, allá donde, por gracia de Dios, creemos que está junto con su hijo.

Porque Dios así lo ha querido estoy escribiendo esto muchos días después que lo empecé, lo cual me permite agregar algo que mi mamá me comentaba precisamente sobre la oración. Una amiga ha pedido por la sanación de un familiar y grande ha sido el Señor con ella que le ha concedido lo que pide (viene a  mi mente que ahora hay que rezar para que la señora que se curó no vuelva a caer en eso) y ella le comentaba a mi mamá que no duda del poder de la oración y que esto la ha hecho crecer en su fe. 

Grande es el Señor que no sólo nos oye si no que nos atiende dándonos lo que le pedimos y más.

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