1000 palabras
Haciendo una sinopsis de la película titulada "1000 palabras" pudiera decir que se trata de un hombre cuyo trabajo era convencer a la gente con sus palabras, su estilo de hablar (parecía incontinencia verbal) ganaba clientes para la compañía y hacía que él fuese cada vez más famoso. A nivel laboral nadie como el protagonista de esta película, sin embargo, a nivel familiar y personal las cosas no iban muy bien, a pesar de ser tan comunicativo (en apariencia) con los clientes, con su madre no lo era tanto y con su esposa e hijo mucho menos, se podría decir que este hombre vivía para el trabajo.
Un día crece un árbol en el patio de su casa, ¿la sorpresa? con cada palabra que decía caía una hoja y él mismo iba cayendo, se dio cuenta que estaba conectado con el árbol de tal forma que cuando éste perdiera la última hoja él iba a morir...le tocó aprender a medir las palabras, a comunicarse de otra forma y lo más importante: le tocó aprender a escuchar a los demás.
A veces pareciera que necesitamos vivir una experiencia como esta, muy angustiosa, para empezar a valorar lo que tenemos en nuestra vida, amigos, familia, vecinos, compañeros de trabajo...Tenemos la tentación de enfrascarnos tanto en las cosas del mundo (que no son malas de por sí) que en nuestra libertad podemos decidir darle toda la prioridad a lo temporal, a lo que no nos lleva a Dios.
Cuando nos damos cuenta que tenemos una habilidad que nos hace sobresalir (en nuestra soberbia no pensamos que es un regalo de Dios) nos enfocamos tanto en el "yo" que no vemos a los lados, no le damos importancia a lo que realmente importa, la sabiduría de los padres/abuelos/tíos/familiares que nos llevan un trecho de ventaja en el camino de la vida y pueden-quieren compartir con nosotros (que estamos comenzando a vivir) su experiencia, creemos que nos las sabemos todas y que nadie es mejor que nosotros y ay si encontramos que esto no es verdad porque dejamos la vida en superar al otro y no precisamente en el buen sentido de la expresión.
Solemos hablar tanto que hasta a Dios queremos aplicarle la misma y no dejamos que sea Él el que nos hable sino que convertimos nuestra oración en un monólogo, se nos olvida que Dios conoce lo que hay en nuestro corazón incluso antes que seamos conscientes de ello. Por lo tanto no es bueno para nosotros tener grandes discursos de palabras rebuscadas y un lenguaje tan elevado que cuando se llega al centro del mensaje se da cuenta que no hay nada allí, está vacío.
La Biblia nos dice que la boca habla de lo que abunda en el corazón (Lc 6, 45), cuidemos entonces lo que decimos, pues al final de nuestra vida corremos el riesgo de quedarnos solos si no ponemos más empeño en escuchar a los demás que en ser escuchados nosotros.
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