Confirmación 2017
Se ha terminado otro período de catequesis, 19 jóvenes han recibido el sacramento de la Confirmación, su alma ha sido re-marcada por el santo Crisma -"buen olor de Cristo"-, Él le ha vuelto a decir al mundo material y espiritual que esos hombres y mujeres le pertenecen, que son de su propiedad (Dios es muy celoso) y que nada ni nadie los va a apartar de su lado, a menos que ellos lo decidan.
Si quisiera escribir lo que ha significado esta experiencia me quedaría corto, no encontraría palabras y seguramente haría injusticia contra alguno de ellos, ya que, por gracia de Dios, mis hermanos catequistas y yo les hemos compartido conocimiento y nuestra experiencia de Dios pero sus realidades, sus palabras y gestos, lo que piensan y sienten, todo lo que cada uno de ellos es y la forma en que irrepetiblemente repiten a Jesús es algo que ni con todas las palabras que conozco en este momento podría transmitir.
Me siento agradecido con Dios y bendecido por haberme llamado a conocer a estos muchachos, con algunos veníamos de una catequesis previa y, aunque el momento de incorporarnos al nuevo grupo fue difícil, salió todo como el Señor lo tenía pensado. Él ya sabía que quería cruzar esas historias, que conocieran más gente que quería buscar lo mismo que ellos, que algunos estaban obligados pero con el paso de las semanas fueron abriéndose a Aquel que nunca les dejó de decir "Te Amo".
Fue realmente aprendizaje para mí porque, a pesar de decir que no me las sé todas, realmente me di cuenta que es más lo que ignoro que lo que conozco, y les decía casi a diario cuánto quiero que ellos sepan más que yo de Dios, cuánto deseo que ellos estén más cerca de Dios. Cada pregunta, cada comentario, cada prueba a ver si yo podía responder fueron realmente alentadoras para, así, poder darme cuenta cuán necesitado estoy de Él y con qué facilidad lo puedo encontrar en su Palabra y en el Catecismo.
Con algunos se armaban prácticamente unos debates en los cuales el resto del grupo (y a veces los catequistas) se volvían espectadores pero no por maldad u ocio, sino por esa curiosidad de "¿qué irán a decir ahora?". Preguntas comprometedoras muchas veces, otras significaban un reto para no desalentarlos o crearles miedos innecesarios.
Realmente es imposible poner en palabras los sentimientos, los nervios ante un tema importante con el que o construían buena base de fe o se las tumbaba, la ansiedad por la expectativa de un tema que sabíamos iba a despertar en ellos el deseo de hablar y preguntar, el trago grueso de saliva ante la realidad que se les avecinaba y no podían ya dar vuelta atrás.
Llorar sería lo más acorde para resumir esta experiencia, pero ¡llorar de alegría!, salvando las distancias, como el padre que ve regresar a su hijo de una vida disoluta, como la alegría que hay en el Cielo cuando se convierte un pecador. Pero no porque estos jóvenes fuesen así, sino por saber que estaban inmersos, con riesgo a perderse, en eso que conocían como mundo y en el cual faltaba Dios y que, para gloria suya y bien de nuestras almas, poco a poco fueron haciendo parte importante de sus vidas.
Bendito sea Dios, no solo porque se vale de mi miseria para sacar algo bueno, sino porque, sabiendo lo inseguro que soy, me ha regalado el mejor feedback del mundo: un abrazo sincero. La noche luego de la Confirmación (y la mañana siguiente), los abrazos auténticos, las muestras de cariño no fingidas, la camaradería, el sentirse seguros de bromear sin faltar el respeto, las palabras de agradecimiento inmerecidas...
No puedo más que pedirle a Dios que no tome en cuenta mi pecado sino todo el amor que Él quiso dar a través de mí y que, viéndose en ellos, los salve del pecado y a mí me conduzca por el camino del Bien.
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