70 veces 7


Cierto día Pedro le preguntó a Jesús hasta cuántas veces había que perdonar al prójimo y la respuesta del Maestro fue "hasta 70 veces 7", que a los que les gusta el cálculo numérico seguro se darán cuenta que el resultado de tal operación es infinito, es decir, que debemos perdonar durante toda nuestra vida. Sin embargo no vengo en esta oportunidad a hablar del perdón entre los humanos sino específicamente al perdón en la relación de pareja, en mi caso específico por ser mi realidad actual: en el noviazgo.

La etapa del noviazgo, que muchas veces es usada para otro fin, es para conocerse mutuamente, saber qué te gusta o no de ella, evaluarte a ti mismo si eres capaz de vivir con eso por el resto de tu vida, sentarse y hablar, saber los planes a futuro del otro y los de corto plazo, sus metas, sus anhelos, su vocación...entre tantas cosas que se pueden preguntar los novios entre sí para poder llegar al fin deseo en todo noviazgo: el matrimonio, y esto debe ser así porque, de lo contrario, el que no tenga esto en mente está haciendo que la otra persona pierda su tiempo y ni hablar si ambos no quieren llegar al matrimonio (capaz me animo en otro post a hablar de esto).

Quienes me han regalado de su tiempo leyendo mis otras publicaciones sabrán que he escrito en más de una oportunidad sobre mi novia y la experiencia de Dios que tengo a través de ella. En este relación he aprendido a amar, con mis altas y mis bajas y las siempre infaltables metidas de pata (o equivocaciones). Cada vez que alguno de los dos realiza algún acto que ponga en peligro la relación es necesario detenerse un momento, primero en privado pero luego juntos, y examinar los hechos, las posibles causas y las inevitables consecuencias, puesto que la parte herida (o la más herida, porque ambos quedan afectados) se debate entre el amor que siente y el dolor.

No nos puede extrañar que quien se siente ofendido busque primero defenderse pero luego pensará (y sufrirá) lo que la santa Teresita llamó "la loca de la casa" que se encarga nada más y nada menos que de crear fantasmas donde no los hay, sembrando dudas y sobretodo creando desconfianza. Lo primero debe ser estar en la capacidad real de pararse frente al espejo y mirarse a los ojos y poder reconocer que se ha fallado a Dios, a sí mismo y a quien se dice amar.

Esto no es tarea fácil pero es el primer paso para poder afrontar los hechos y, lo más importante, tomar la decisión de luchar por la relación y ese ideal del matrimonio que ambos comparten. ¿Toda equivocación significa el fin de la relación? No. Y miren que me ha costado entender esto último, de hecho ha sido un trabajo arduo para mí empezar a entender que son esas pequeñas (y no tan pequeñas) dificultades las que fortalecen una relación, ya que, permite que cada uno discierna realmente si es eso lo que quiere a futuro.

El perdón no solo lo da la persona que ha sido ofendida sino que, y quizás en primer lugar, debe perdonarse a sí mismo quien cometió la falta. ¿De qué sirve que tu pareja te perdone si tú vas a estar de ahora y para siempre recordando que hiciste algo mal y viviendo con una angustia porque "en cualquier momento me lo echa en cara de nuevo"? Esto no es vida, desde muchos puntos de vista.

¿Cuántas veces debo perdonar? Todas y cada una de las veces que sea necesario. No hay límite para el amor y el perdón es el mayor reflejo del amor de Dios hacia nosotros. Perdonarse es necesario, perdonarse la falta cometida reconociendo (no excusándose) en que se es una obra imperfectamente perfecta y que se está en proceso de conversión, pero también perdonar a quien ha hecho daño por aquello que la sabiduría popular proclama "el mundo da muchas vueltas" y no sabes si el día de mañana eres tú quien necesita pedir perdón.

Pero más allá de eso, es perdonar porque en un corazón que guarda rencor no hay espacio para el amor; en un corazón que revive a cada minuto el mal recibido no puede entrar el bien de Dios y su sanación.

Por último, a modo de resumen quizás, perdonarse mutuamente las faltas es la mejor experiencia de Dios porque eso te prepara para poder ir a pedirle perdón a Dios, que ya sabes que te va a perdonar pero da una sensación de paz tan grande que no puedes más que agradecerle a Él por el don de tener a tu lado a esa persona cuya mano sostienes mientras te asombras del infinito Amor que el Señor nos tiene.

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