Algo sobre los efectos de la ansiedad

Desde que tengo este blog he podido darme cuenta que hay ciertos temas que trato desde mi experiencia de vida; algunas han sido "traumáticas" y puedo hablar de ella, o escribir, una vez que las he asimilado y estoy en proceso de superación. Por eso este blog tiene principalmente, y por la gracia de Dios, la intención de evangelizar desde mi realidad de vida, con mis circunstancias y queriendo acompañar a los demás a su encuentro con el Amor, pero también con fines pastorales hablo de aquello que me pasa y que me permite aprender o crecer. Todo desde la perspectiva del cristianismo, lo cual procuro y lucho vivir a cada instante de mi vida y cuyo abandono trae consecuencias negativas sobre mi vida, como las que quiero compartir con ustedes en esta oportunidad.

Para todo creyente la comunicación con Dios es vital, eso que llamamos oración y que no es más que acudir por agua fresca a la fuente de cual nunca deja de brotar Agua Viva. Los católicos encontramos este refugio, este lugar para recargar fuerzas y encontrar soluciones en la oración por excelencia: la Eucaristía. No hay en la tierra un medio de comunicación con Dios más perfecto, más sublime, podría decirse que recibir la Hostia consagrada es realmente hacer común-unión con Cristo Jesús. Esto no solo genera paz en el alma, la mente sino en el cuerpo, quien comulga con frecuencia va poco a poco cristificándose, pudiendo así tener en su corazón los mismos sentimientos de Cristo.

Otro medio de acercamiento hacia Dios es el sacramento de la Reconciliación (o Confesión), esto no es solo terapia, aunque es terapéutico, sino que es sanador en cuanto presentas a Dios todo lo que te está dañando, todos tus pecados que no solo matan el amor que hay dentro de ti, volviéndote incapaz de ver al otro como "otro Cristo" (y mira que fuimos creados en el Amor, con Amor y para el Amor), sino que poco a poco también va matando tu mente y tu cuerpo. Primero el remordimiento o sentimiento de culpa te roba la paz, pero si sigues en ese camino también te vas enfermando psicológica y físicamente, puesto que habiendo perdido el norte ya poco te importa tu propia vida. Sí, así de radical y dramático que suene, así trabajo el diablo en nuestras vidas.

¿Por qué escribo todo esto y a dónde quiero llegar? Bueno, debo pedir disculpas en este momento porque creo que este será un post largo, sin embargo es necesario todo esto porque, solo Dios sabe, capaz hay alguien pasando por lo que yo pasé y pueda darle esperanza que alguien le diga que sí puede salir de ahí (como me pasó a mí).

He querido crearme el buen hábito de la confesión frecuente, por disciplina y por mantenerme en gracia lo más posible, sin embargo estuve alrededor de tres meses sin confesarme (posiblemente fue más pero no recuerdo), de los cuales estuve un mes sin comulgar. Había algo en mi conciencia que me decía que no podía acercarme así a recibir a Cristo pero tampoco me atrevía o sacaba el tiempo o...para buscar la reconciliación. ¿Por qué? bueno, estaba en situación de pecado y me dejé abrazar por ella, en lugar de buscar los únicos brazos que son un puerto seguro, un lugar de refugio, los que pueden alzarse y mandar a callar la tormenta de nuestras vidas.

El alejarme de la Misericordia de Dios que se derrama hermosamente en estos dos muy hermosos sacramentos me fue apagando poco a poco, esa Luz que brilla en y a través de nosotros se fue apagando en mí, ya no la veía, ya no la sentía y por ende no creía que la proyectaba, pero en lugar de buscar recuperar lo que había perdido me fue permitiendo hundirme más y más.

Por razones obvias no voy a decir en qué situación de pecado estaba, eso queda entre Dios y quien se acerca a la Reconciliación, sin embargo sí puedo, y quiero, contarles lo que viví en ese tiempo previo a la gracia que Dios me regaló.

El sentirme así de oscuro, de malo, de inmerecedor de Dios me fue empujando en la dirección contraria a Él, asistía a misa pero me quedaba atrás, y no como el hombre humilde del evangelio, sino con un sentimiento de culpa como diciéndole a Dios que Él no debía permitirme estar ahí, que alguien debía sacarme, prohibirme la entrada (sí, así juega el diablo con nosotros).

Todo esto generó en mí ansiedad, era horrible, no estaba tranquilo, todo el tiempo con la guardia alta, predispuesto, dormía mal, tenía picazón en las manos y en el cuello, y llegué a hacerme una herida considerable en éste último sitio, me lastimé las encías y unos molares. En fin, me estaba matando por dentro y por fuera. Pero nada que buscaba a Dios, no me sentía digno ni siquiera de pedirle ayuda (aunque lo hacía casi con desespero algo dentro de mí me gritaba que era un hipócrita o que Dios no me iba a prestar atención por sucio, por indigno).

De más está decir que las semanas que duró esto fue bastante fuerte para mí, mi familia directa se vio afectada porque tenía el humor muy volátil, en el trabajo más de un día estaba aislado, huraño, y mi novia...bueno, ella se va a ganar el Cielo orando por mí y luchando contra mi autodestrucción. Me pesaba mucho verla sufrir por mi culpa (porque sí, el sentimiento de culpa era tal que se alimentaba de mi ego así fuese para mal, yo era el peor del mundo pues y no merecía amor de nadie). Ahora en retrospectiva veo todo el esfuerzo sobrehumano que hizo para que yo recuperara la paz que definitivamente me ama (nunca lo he dudado, solo lo confirmo).

El haber perdido el estado de gracia me llevó a tal punto que estuve dispuesto a tirar por la borda seis años de noviazgo. Decir que fue horrible es quedarme corto, fueron días de discusiones y mal tratos por teléfono que dejan heridas, heridas que sólo se sanan entre los que se aman y nunca sin la ayuda de Dios. La tecnología, por más útil que nos sea, jamás va a reemplazar la comunicación en persona, el poder ver a la cara, escuchar su voz, ver sus gestos, LOS ABRAZOS....ella me repetía y repetía (porque parecía que lo había olvidado) cuánto bien le había hecho yo a ella y cuánto bien habíamos hecho juntos, tanto a nosotros mismos como a los demás, pero mi corazón herido por el pecado y mis oídos escuchando solo la voz del Mal me decían que no, que me alejara, que yo no era bueno para ella, que se merecía algo mejor. El miedo me dominaba y me gritaba que yo no podía controlarme, que yo no podía hacer eso que sé me hace bien, que no me merecía ser feliz.

Como Dios no juega carritos (es decir, no es tonto ni hace las cosas al azar) pudimos hablar en persona mi novia y yo, le conté todo lo que había pasado mientras estuvo ausente, ella me contó de todo el daño que había visto me estaba haciendo a mí mismo, yo le hablé del daño que sentí le estaba haciendo a ella, hablamos del daño que esa situación nos había causado a los dos y de las consecuencias de dejarme llevar por el miedo. Decir que fue sanador no es exagerar, necesitaba sentirme escuchado (sí, sé y no dudo que Dios me escucha pero soy débil y a veces necesito el feedback pues, tener al frente a la persona con quien hablo y recibir su respuesta en una manera que entiendo) y luego de esa conversación, Dios, que no juega carritos, nos regaló la gracia de poder ir juntos a Hora Santa (que hacía mucho no íbamos juntos, y ni siquiera yo solo iba), pude acercarme al sacramento de la Reconciliación (que fue amor apache, debo confesarlo) y terminar ese día viendo una película de lo más inocente que dio (como si hiciese falta) la estocada final a mi orgullo y terminó de derrumbarme (no esperaba encontrarme a Dios en esa película, la verdad).

Luego de esto volvimos al primer amor, la capilla de mi colegio, en donde fue parte de nuestra primera cita no oficial (sí, así la sigo llamando casi 7 años después) y estar ahí, de rodillas frente a Él y con ella a mi lado terminé de bajar la guardia y darme cuenta de todas las bendiciones que tengo en mi vida y las que estuve a punto de perder. Pude darme cuenta que a pesar de los bajos siempre hay un alto en toda relación y que, si soy inteligente, podré sacar un aprendizaje de cada bajón, de cada experiencia fuerte y dolorosa, por más que lo sea. El amor no es color de rosas, como siempre me recuerda mi novia, sino que es la decisión que se toma a diario de cuidar, proteger, querer, velar por la salud integral de la persona a quien se decide amar.

Salimos ese día con una sensación de haber renovado la relación, siento desde ese momento la ilusión del primer día pero, sin exagerar, la madurez de estos años juntos. No siento que aprendí ya, al contrario, apenas estoy aprendiendo, a lo sumo aprendí que todos los días aprendo algo nuevo junto a ella. Y disculpen la redundancia con el aprendizaje pero a fin de cuentas ¿qué es la vida sino una experiencia de aprendizaje?

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