No estaba listo para esto.
Este tiempo de oportunidad que estamos viviendo gracias a una crisis sanitaria nos debe hacer pensar, reflexionar, evaluar nuestra forma de actuar para empezar a darle valor a lo que realmente lo merece. Por eso comparto con ustedes este pequeño cuento titulado No estaba listo para esto
Sabía que esto iba a pasar pero no me imaginaba que sería así.
La llamada del hospital me sorprendió en la mañana, estaba desayunando cuando me avisaron, no pude terminar de comer, tenía que ir a ver con mis ojos aquello. Como pude salí y tomé un taxi, no avisé a familiares ni amigos, debí haberlo hecho pero estaba actuando más por la inercia del momento que por mi juicio.
En el hospital me recibió una enfermera que me hizo esperar mientras buscaba a un doctor. Cuando este llegó me pidió lo acompañara para realizar el reconocimiento, quedé por unos segundos sin reaccionar ¿por qué había que hacer reconocimiento y de qué?
Pasamos por una habitación que estaba siendo aseada y vi una cinta para el cabello que ella siempre usaba para hacerse una cola. Mis manos se crisparon por el miedo y las guardé en los bolsillos del pantalón.
Seguimos caminando hasta un área en la que nos recibió un hombre que luego abrió como si se tratara de un archivador gigante una plancha horizontal en la que yacía un cuerpo que no quería ver así aunque supiera que en cualquier momento iba a pasar.
Me agaché con los dedos de mis manos entrelazados sobre mi cabeza, vi al doctor que me trajo hasta aquí examinándome, no sé qué buscaba o esperaba pero no tenía ni idea ni ánimos de averiguar,
Esto es lo último que recuerdo antes de darme cuenta que estoy de regreso en mi apartamento, sentado con un vaso hasta la mitad de whisky, con lágrimas secas en mis ojos y una sensación de vacío dentro de mí.
No sé dónde está mi teléfono celular y tampoco me importa, solo quiero llorar y tomarme fondo blanco este vaso a ver si despierto de este mal sueño.
Mis pensamientos se van entre los recuerdos y los planes a futuro pero la punzada se clava más fuerte en mi corazón al recordarme que no iba a ser tan fácil si no lograba sanar el vínculo entre nosotros.
No sé qué hacer.
Los recuerdos golpean mi corazón al hacerme revivir momentos de felicidad de mi infancia, los juegos, las diversiones, las salidas al cine y a comer.
Con mi cabeza recostada de la pared me sumerjo en la melancolía de ya no tenerla, de no poder compartir con ella mi familia, mis hijos, mis momentos de felicidad.
Me obligo a levantarme del suelo para bañarme y despejar mi mente.
Verla ahí acostada como si estuviese durmiendo pero sabiendo que no iba a despertar me generó tal choque emocional que vino a atenderme una médico. Yo sabía que estaba en el proceso de duelo y que lleva varias etapas siendo la primera la negación.
No me negaba al hecho que estuviese muerta, mis ojos ya hicieron que mi cerebro lo entendiera, lo que a mí me pasó fue el encontrarme con la realidad que no iba a poder sanar junto a ella, que este proceso debía hacerlo solo. Eso es lo que mas me cuesta todavía aceptar.
Salgo de la ducha y me visto de luto, convencionalismo social que no acepto ¿no creo yo acaso en la resurrección de los muertos? ¿Por qué voy a estar triste o dolido? La única razón que acepto es que no voy a volver a verla o escucharla sonreír o abrazarla, al menos no en este mundo.
La funeraria es un lugar por lo general triste, las personas se reúnen en torno a un cuerpo sin vida a compartir recuerdos y anécdotas, a llorar porque ya no está con los suyos y a lamentarse porque ha dejado un vacío.
Mi familia no es la excepción y sus amigos también hablan cosas bellas de ella y cuánta alegría fue para ellos. Yo solo sonrío al recordar con ellas esas hermosas vivencias y lo hago de veras porque me doy cuenta de lo agraciado que fue por tenerla en mi vida.
Salgo de mi casa hacia la iglesia, hoy es el último día del novenario que ofrecimos por su alma y yo solo pienso en que no podré volver a decirle bendición mamá.
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