Miércoles de ceniza
Para la Iglesia Católica el miércoles después de carnaval, llamado de cenizas, da comienzo al tiempo de Cuaresma, tiempo de reflexión, de procurar cambios para bien, de oración (nexo necesario con el Señor), de ayuno, de dejar de hacer las cosas que nos gustan pero que hacen daño, colaborar (de corazón) con los más necesitados; en resumen, es tiempo de ser otro Cristo.
La cuaresma nos recuerda, mejor dicho nos lleva a vivir los 40 días y 40 noches que pasó Jesús en el desierto, ayunando y en oración, nosotros al igual que él debemos vivir este tiempo con los ojos hacia adentro, viéndonos a nosotros mismos, lo que hemos estado haciendo mal y, mirando también nuestras cualidades, encontrar la forma de dejar a un lado todo lo que nos impide crecer como cristianos.
Cuando se nos habla del desierto no necesariamente es irse al lugar geográfico cuyas condiciones climáticas hacen la vida insostenible por temperaturas extremas y escasez de comida y bebida. No, el desierto del cristiano es dentro de sí mismo, ahí donde está a solas consigo mismo. Ahí donde hablar con Dios es el agua que refresca nuestra sed y el alimento que nos permite avanzar.
"No podemos caminar con hambre bajo el sol, danos siempre el mismo pan, tu cuerpo y sangre Señor" cantamos los cristianos. Es nuestra vivencia de la Eucaristía, acudir a Dios que se nos entrega bajo la apariencia de pan y vino pero con la fuerza que viene de lo Alto. Cuaresma es tiempo de apartarnos de falsas posturas y caretas, dejar a un lado todo orgullo y soberbia, reconocernos débiles pecadores necesitados de Jesucristo. Cuarenta días donde la Madre Iglesia nos invita a cambiar nuestros valores e ideales por los de nuestro Señor.
"Conviértete y cree en el Evangelio" y "Del polvo eres y al polvo volverás" nos recuerdan que estamos de paso, vivimos en esta tierra pero no somos de esta tierra, somos hijos de Dios y estamos llamados a vivir el Reino de los Cielos. Desprendámonos del placer, tener y poder pues no son más que lastres que no nos permiten llegar a Dios.
Ofrezcámosle al Señor como muestra de nuestro amor una nueva vida en aquel que es Vida. Ser luz que lleve a la Luz y darle sabor a la vida con la Sal que nunca pierde sabor.
La cuaresma nos recuerda, mejor dicho nos lleva a vivir los 40 días y 40 noches que pasó Jesús en el desierto, ayunando y en oración, nosotros al igual que él debemos vivir este tiempo con los ojos hacia adentro, viéndonos a nosotros mismos, lo que hemos estado haciendo mal y, mirando también nuestras cualidades, encontrar la forma de dejar a un lado todo lo que nos impide crecer como cristianos.
Cuando se nos habla del desierto no necesariamente es irse al lugar geográfico cuyas condiciones climáticas hacen la vida insostenible por temperaturas extremas y escasez de comida y bebida. No, el desierto del cristiano es dentro de sí mismo, ahí donde está a solas consigo mismo. Ahí donde hablar con Dios es el agua que refresca nuestra sed y el alimento que nos permite avanzar.
"No podemos caminar con hambre bajo el sol, danos siempre el mismo pan, tu cuerpo y sangre Señor" cantamos los cristianos. Es nuestra vivencia de la Eucaristía, acudir a Dios que se nos entrega bajo la apariencia de pan y vino pero con la fuerza que viene de lo Alto. Cuaresma es tiempo de apartarnos de falsas posturas y caretas, dejar a un lado todo orgullo y soberbia, reconocernos débiles pecadores necesitados de Jesucristo. Cuarenta días donde la Madre Iglesia nos invita a cambiar nuestros valores e ideales por los de nuestro Señor.
"Conviértete y cree en el Evangelio" y "Del polvo eres y al polvo volverás" nos recuerdan que estamos de paso, vivimos en esta tierra pero no somos de esta tierra, somos hijos de Dios y estamos llamados a vivir el Reino de los Cielos. Desprendámonos del placer, tener y poder pues no son más que lastres que no nos permiten llegar a Dios.
Ofrezcámosle al Señor como muestra de nuestro amor una nueva vida en aquel que es Vida. Ser luz que lleve a la Luz y darle sabor a la vida con la Sal que nunca pierde sabor.
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