Sanando heridas del pasado
En estos días he experimentado lo que la Iglesia conoce como una obra de misericordia corporal: cuidar a un enfermo. Y luego de pensarlo bastante quiero compartir esta experiencia con quien tenga el deseo de leer estas líneas.
Han venido ocurriendo en mi vida cambios de paradigmas, más que bruscos o radicales, firmes. Hasta hace un mes yo decía que no me atrevía a visitar a un enfermo porque soy muy expresivo y mi cara habla por mí y según el estado en que esté la persona se me puede notar y que eso va a incomodar y bla bla bla...excusas para no hacer este gesto de amor hacia mis hermanos.
Hay una persona en este momento sufriendo un cáncer terminal y es quien he ido a visitar y cuidar. Dándole vueltas a esto en mi cabeza, preguntándome por qué en esta oportunidad sí y no en otras que he tenido antes y no he aprovechado me di cuenta que, y me perdone Dios si obro mal, lo estoy haciendo más por mí que por el hermano. Me explico, mi abuelo murió hace casi 13 años, la situación en mi casa en esos meses que estuvo enfermo fue muy fuerte, física, mental y espiritualmente; muchas cosas quise hacer por él y atenderlo pero no estaba en la capacidad que, tal vez, en este momento puedo tener. Por más que quisiera no tenía la madurez para ello, me afectaba mucho ver a mi abuelo así y eso en más de una ocasión me paralizaba y me hacía reacción de forma natural para un niño (porque eso era) de 14 años de edad.
A mi abuelo lo quise mucho, y quería darle lo mejor de mí para retribuirle un poquito del amor que él me dio, pero no pude, o sentí que no lo estaba haciendo. El Señor escuchó nuestros ruegos y calmó su sufrimiento, partió a su encuentro y me quedé con esta herida abierta, tal vez (aquí pensando) eso era lo que me impedía aceptar de verdad y no de la boca para afuera que mi abuelo muriera, una especie de remordimiento y cargo de conciencia que no debía de tener. Pero como Dios sabe el momento de darnos lo que necesitamos y la forma de curar nuestras heridas me presentó la oportunidad de dar hoy lo que quise darle a mi abuelo y no pude.
Esta persona que Él puso en su plan de salvación para mí ha sido una bendición y es más lo que he recibido de su parte que lo que yo he dado, pienso en voz alta y le pido a Dios me de las luces que necesito para discernir si lo que me mueve es correcto o no, pero, aunque sé que no es mi abuelo el que está en esa cama mi corazón siente paz porque mientras le atendía y le daba los pocos cuidados que puedo dar y, más aún, mientras rezo para que el Señor obre recordaba a mi abuelo y sentía en mí ese cariño y esa disposición a hacer el bien.
Sé que pierde la gracia que digo todo esto pero más bien me siento como aquel leproso que Jesús curó y le prohibió fuese a contarlo a los demás: ¡¿cómo puedo callar el bien que el Señor está dándome?! ¡¿Cómo puedo callarme si me siento feliz y en paz?!
Como siempre, no pretendo ser el que más sabe o el mejor, estoy consciente que estoy muy lejos de la santidad, sin embargo creo firmemente que Dios puede estar llegándole al corazón de quien lo necesite a través de estas pobres líneas.
Por mi parte sólo quiero decir "Gracias, Señor, gracias" (y cuidado si no lo digo con lágrimas en los ojos).
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