La amistad como medio de evangelización

Haciendo memoria antes de escribir estas líneas creo recordar que ya he compartido con ustedes antes lo que pienso sobre la amistad como un medio de evangelización, como esa herramienta tan valiosa para acercar a los demás a Dios. Sin embargo, no tengo miedo en repetir las ideas porque para alguien puede ser primera vez que lo lea o, como me ocurre a mí, la visión del ambiente ha cambiado a la luz de unos hechos recientes.

Por esas cosas de Dios he podido vivir en carne propia en el último mes la importancia de la amistad verdadera, el tener a esa persona a tu lado que te apoya en los momentos de caída, que te ayuda a levantarte y te recuerda cuanto te ama Dios. Digo que lo viví en carne propia porque tuve unos días un tanto fuertes para mí porque la tristeza estaba queriendo invadir mi corazón (había logrado un acercamiento fuerte) y fueron mis amigos los que me recordaron lo que mencioné antes, ellos fueron los que me consolaron y me acompañaron mientras me secaba las lágrimas para poder volver a ver el rostro amoroso de Dios.

En esos días también pude ver, en la vida de otras personas, cómo la amistad les había funcionado para acercar a las personas a Cristo y la Iglesia. Con su testimonio de vida, su autenticidad, su amistad sincera; para muchos es una experiencia a la que no están acostumbrados y el cruzarse en la vida con gente que les abre su corazón y los acepta como son es más que desarmante.

La importancia de la amistad para la acción pastoral es tal que una persona que se sienta herida o tenida a menos puede alejarse tanto de la Iglesia que se corre el riesgo de perderla, y no desde una visión numérica sino con esa sed de conquistar almas para Cristo (que a fin de cuentas es a lo que todos los cristianos estamos llamados).

La sabiduría popular bien nos dice: se atraen más moscas con un vaso de miel que con uno de vinagre. Y nosotros, animados por el Espíritu Santo debemos volvernos miel, sin perder la seriedad que requiere el compromiso apostólico no podemos dejar a un lado las palabras de afecto, los gestos de cariño, los oídos siempre dispuestos a escuchar al que necesita desahogarse, los ojos bien atentos para advertir del peligro al hermano.

Pero para poder ser amigos de los demás necesitamos primeramente ser amigos de Jesús, no podemos dar de aquello que no tenemos ni hacer que los demás vivan aquello que no conocemos. Ser amigos de Jesús para hacer podernos hacer amigos de los demás y así ellos serán, a su vez, amigos de Cristo. No puede ser otra nuestra misión, si aplicamos esto en nuestras vidas y confiamos en Dios veremos cuan grandes cosas hará Él en y a través de nosotros.

Comentarios

Lo más visto

Aplausos

Dementores

Hagamos tres chozas