Una visión del trabajo

Hay una estrofa de un himno de la Liturgia de las Horas que me inspiró una reflexión que quise compartir.

Pero primero quiero decir que tenía meses sin publicar por varias razones: el trabajo que me demanda tiempo (y yo dejé que me absorviera) y una débil vida sacramental que me llevó a perder el estado de gracia (verdadera razón del alejamiento). Pero como nada se escapa al orden de la gracia ese tiempo fue de aprendizaje y, bendito sea Dios,  estoy volviendo al camino.

De esto último surge el pensar en el por qué del trabajo, ¿será de verdad un castigo como dice la canción? ¿o más bien será esta la realidad de la que Dios habla en Gn 3, 17-19?

Si vemos el trabajo como un castigo, una maldición, un quehacer obligatorio del cual no podemos librarnos nos perdemos toda la gracia  y las bendiciones que este nos trae.

El fruto del trabajo no es, ni podemos verlo así, el dinero que ganamos con cada jornada laboral. Y aquí sin proponérmelo les presento la primera bendición que recibimos: nos lo ganamos, es decir, es nuestro, producto de nuestro esfuerzo, dedicación, empeño, ¿y por qué no?, pasión!

Es cierto que las cuentas no se pagan solas ni la comida la regalan en los supermercados y demás establecimientos de ventas de alimentos, pero más cierto es que toda persona (y más si vive en familia) necesita un ingreso económico para cubrir sus necesidades, y aquí está la primera tentación, creer que la única utilidad del trabajo es la certeza de tener dinero.

La Biblia de Jerusalén, en los comentarios sobre la cita mencionada, nos ilumina el camino al mostrarnos que la maldición es a la serpiente y a la tierra, es por esto que se hace difícil el trabajar porque el suelo no es siempre fértil, y, generalizando, esa tierra donde Dios nos sembró para que la trabajemos no siempre da los frutos que nosotros queremos.

¿Es esta razón suficiente para torturarnos al ir al trabajo? ¿o sufrir desde que salimos de nuetro hogar o lugar de residencia porque no nos gusta tener que trabajar?

Cuan distinto sería todo si viviésemos como personas agradecidas por el hecho de estar vivos en primer lugar pero también de tener un trabajo que nos permite llevar el sustento material a nuestra familia. Que nos sintamos orgullosos al decir "con el sudor de mi frente y gracias a Dios puedo traer el pan a mi casa".

Dios nos regala la gracia de la vida y el trabajo, ya queda de parte nuestra recibir la bendición de Dios en cada día nuevo y sentirnos agradecidos porque tenemos un pedazo de tierra que trabajar con el sudor de nuestra frente. 

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