Los sordos volverán a oír

En el día a día de nuestra vida podemos darnos cuenta de muchas personas que padecen distintos males, tanto a nivel físico, mental, emocional o espiritual.

Estos, en mayor o menor medida, se van convirtiendo en obstáculos, dejando de ser problemas o circunstancias personales para volverse problemas sociales. Puesto que, afectan tanto al individuo que ya no puede desenvolverse de forma normal, o como venía acostumbrado.

Esta es una realidad tan antigua como la misma humanidad lo es, por eso, la ciencia y tecnología va buscando cada vez más solventarlos y darle una calidad de vida lo mejor posible a quien padece estos males.

Es muy buena esta actitud e intención de ayuda, pero, ¿qué pasa con los males a nivel espiritual? ¿Has visto que las personas realmente se toman en serio este aspecto?

¿A cuántos conoces que, teniendo dudas de fe, o la debilidad propia de nuestra condición humana, no buscan al sacerdote o la figura de autoridad moral más cercana, sino, pretenden encontrar la solución en otro lugar?

Todas estas situaciones llevan a la persona a una especie de desierto emocional y espiritual. Lo que empezó como un pequeño malestar se ha convertido, realmente, en un peso y una carga.


Hoy te digo que Él vendrá

Dios hizo una promesa a su pueblo en el desierto, les iba a enviar un salvador, alguien que iba a darle su merecido a quienes le habían causado mal (cf. Is 35, 4).

Mas, ese alguien no es un cualquiera, pues hará a los ciegos ver, a los sordos oír, a los cojos saltar y a los mudos gritar (cf. Is 35, 5-6) ¿Quién podría hacer tales cosas sino Dios? Cree en los milagros y verás milagros.

Incluso, podemos ir más allá todavía y decir que, ese que ha de venir traerá justicia a los oprimidos y paz y gozo a los más necesitados, pues su Reino no tendrá fin (cf. Sal 145, 7-10) ¿Te suena esto?


Vendrá y no habrá distinciones

Ese, de quien estamos hablando, traerá con su venida lo mejor que nos puede ocurrir a las personas: no habrá distinciones, ni por clase social, sexo, color de piel, conocimientos…ni cualquier otra excusa que podamos inventarnos para hacer a un lado a los demás.

Su venida a este mundo tiene tal impacto que, precisamente, escoge a esos que nadie quiere, que todos hacen a un lado, para hacerse presente. Es ahí, entre los pobres y necesitados, entre los marginados por la sociedad que el Señor se hace presente (cf. St 2, 1-5)


Sí, te hablo de Jesús

Dios cumplió su promesa con la venida de Jesús. Es él el que ha venido a sanar todas nuestras dolencias, quien dará paz, consuelo y gozo a los que sufren, quien hace que los mudos, sordos y lisiados queden libres de dolencias y malestares físicos.

En el evangelio según san Marcos podrás encontrar la curación de un sordomudo (7, 31-37) pero quiero quedarme, en este momento, con una palabra: “Effetá” (Mc 7, 34), que se traduce por “ábrete”

Este hombre al que Jesús cura tiene una dolencia física, y el Señor obra en él el milagro, pero, ¿cuántas veces no podemos estar sordos a la voz de Dios? ¿Cuántas veces nuestra lengua no puede trabarse para hablar de Su amor o para gritar ante una injusticia?

Hoy Jesús nos dice “¡ábrete!”, a su amor, a su gracia, a tu compromiso bautismal y al saberte Iglesia, es decir, pueblo de Dios y hermano de toda la creación.

Hoy, tu familia, tus padres, tus hijos, tus hermanos, tus vecinos, tu comunidad parroquial, tu lugar de estudio o trabajo…en fin, donde sea que estés y te desenvuelvas necesita que abras tu corazón a Dios, primeramente, y luego a lo que te rodea.

Basta ya de hacer distinciones según lo que se ve, pues Dios ve lo que hay en el corazón; cuán diferente sería el mundo si nosotros también hiciésemos lo mismo.

Imagínate lo distinta que sería la vida de aquellos que, padeciendo los males que mencionaba al principio, buscaran en Dios consuelo y esperanza. Claro está, también pueden alcanzar el milagro, pero el hecho de saberse amados y que no están solos ya hace una gran diferencia en sus padecimientos.

Hoy, tú y yo podemos tener cualquier tipo de dolencia o impedimento espiritual para vivir nuestro cristianismo en serio, ¿te atreves a dejar que el Señor toque tus oídos y tu lengua y los tome para sí?

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