Con los ojos bien abiertos

¿Cuántas veces en nuestra vida, por querer seguir ciertos modelos o estilos de vida, o a personas en específico, nos sentimos fuera de casa? Incluso, pudiéramos llegar a estar literalmente fuera de casa, dejando a un lado aquello con lo que crecimos y que fue nuestro entorno durante muchos años.

Ver cambiada nuestra realidad de tal forma puede hacernos tambalear, no solo en la fe, sino en la vida misma, generando en nuestro interior una sensación de soledad o abandonado.

Por eso, es importante que sepas que esto no es verdad. No estás solo ni abandonado, Dios no se ha ido, solo hace falta volver el rostro a Él para ver toda su maravillosa obra y cómo te hace volver a estar en casa.


“Los que siembran entre lágrimas…” (Sal 126(125), 5)

En medio de esa sensación de soledad, solo Dios sabe cuántas lágrimas se han podido derramar, cuántas veces se ha roto el corazón, pero ¿sabes algo? La alegría que sientes cuando el Señor te regresa a tu lugar, ahí junto a Él, allí donde puedes ser auténticamente feliz, no tiene comparación en este mundo.

Atrás queda todo el dolor, la angustia, la opresión que pudiste experimentar. Tal vez me digas que no te has sentido así, y yo te responderé que, consciente o inconscientemente, todos pasamos por esto mientras no caminamos por el camino que nos lleva al Bien.

Es por esa razón que al regresar a casa los gritos de alegría de quienes te han estado esperado se mezclan con los tuyos, que la sorpresa sea tan grande que no se lo pueden creer que de verdad está pasando. Pero sí es así, en verdad está pasando.


“Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy” (Hb 5, 5)

¿Cómo es posible que vuelvan a casa los que se han ido? Respuesta simple y compleja a la vez, resumida en una sola palabra: Cristo. Es Dios hecho hombre quien va a tu encuentro allá donde has estado, te busca y camina contigo de regreso a casa.

Es Él el intercesor supremo entre los hombres y Dios. Es Jesús el Sumo Sacerdote que seca tus lágrimas y te lleva al lugar donde te espera la cosecha más dulce y abundante que pueda existir.

¿Acaso no has sentido paz al volver a ver esos rostros tan conocidos y que te hacen experimentar los sentimientos más puros y bellos del mundo? El amor tiene forma de cruz: dos brazos abiertos para abrazarte y un cuerpo entero, con los pies en tierra y la mirada en el Cielo.


<<Maestro, que vea>> (Mc 10, 51)

Pasamos tanto tiempo creyendo lo que queremos creer, y viendo lo que queremos ver, que no debe parecernos extraño caer en esta ceguera espiritual que hace que lo malo nos parezca bueno y ya no veamos lo bueno de nuestra vida.

Sí, pudiste haber dejado tu casa (es decir, tu fe en Dios), pero ¿sabes algo que nadie más te puede ofrecer? Estar siempre para ti

, esperándote para recibirte y darte de nuevo todo su Amor que no tiene fin ni límites.

Es Jesús quien te lleva de regreso a casa, pero, para hacerlo, primero es a él a quien debes decirle como el ciego del Evangelio: quiero ver. Con tus palabras, con tus sentimientos, con esa realidad tuya que Él conoce a la perfección, pero que sin tu permiso no puede cambiar.

Dile a Él sin miedo “quiero ver”, es Dios quien está ahí tocando a tu puerta, pidiéndote permiso para entrar, salvarte y sanarte. ¿Le dejas entrar?

Comentarios

Lo más visto

Aplausos

Dementores

Hagamos tres chozas