Hay que saber pedir
Una de las cosas que las personas no siempre hacemos bien es pedir. Y puede parecerte extraño que diga esto pues la vida se nos va en hacer distintos tipos de peticiones: como padres de familias, como hijos, como compañeros de estudio o trabajo, con los amigos o vecinos, e incluso en el grupo parroquial o de apostolado.
Es tan natural esto que no nos damos cuenta, a veces, de cómo pedimos las cosas y hasta de qué manera lo hacemos. ¿Te has dado cuenta que el tono de tu voz y tus gestos hacen que las personas sean más receptivas o no a tu mensaje?
Ahora, ¿Qué ocurre con nuestras peticiones a Dios? ¿Las hacemos de forma correcta? ¿Sabemos qué pedir? Es cierto que pasamos toda la vida invocando Su nombre para que nos ayude, nos solucione, nos cuide, nos proteja y un sinfín más, pero ¿Estamos pidiendo lo que realmente nos conviene?
No se puede negar que todos tenemos necesidades de distintos tipos, sin embargo, la principal es la sabiduría, esa que proviene de Dios y cubre todas las demás que tengamos y podamos llegar a tener.
Quien recibe el don de la sabiduría (accesible a todo el que lo pida) llegará a exclamar <<La amé más que a la salud y a la belleza, incluso la preferí a la luz del sol, pues su claridad nunca se oculta>> (Sb 7, 10)
¿Quién es la Sabiduría?
Es importante saber que nos referimos coloquialmente a la sabiduría como un conjunto de conocimiento sobre la vida, catalogando a una persona de “sabia” al maravillarnos con sus palabras y lo que dice que parece ser la solución a todos nuestros problemas.
Esto no está mal, pero, es bueno saber que la sabiduría es más Alguien que “algo”. Sí, así es, cuando nos referimos a la Sabiduría estamos hablando de Cristo, quien es la Sabiduría anunciada desde el Antiguo Testamento y que hoy, para los cristianos, es motivo de esperanza y alegría (¡y mucho más!)
La venida del Hijo de Dios al mundo nos ha dejado la certeza que no estamos solos ni desasistidos nunca, puesto que, en todo momento, el Señor se compadece por nosotros y nos muestra el camino de la auténtica felicidad.
Un camino que nos enseña qué es lo que realmente tiene sentido y valor, y comprobamos, andándolo, que vale el esfuerzo que podamos hacer para obtenerlo (cf. Sal 90(89) 12-17)
La Sabiduría lo sabe todo
Suena redundante decir que la Sabiduría lo sabe todo, sin embargo, recuerda quién es la Sabiduría, por lo tanto ¿No va a conocer Dios todo lo que hay en nuestro interior (preocupaciones, angustias, temores, deseos, anhelos, ilusiones…) incluso mejor que nosotros mismos?
<<En efecto, la palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo, y penetra hasta donde se dividen el alma y el espíritu…>> (Hb 4, 12). Es decir, tu Dios conoce todo de ti; siendo Él tu Creador, pero, sobre todo, tu Padre amoroso, sabe de aquello que escondes a todos y hasta lo que tú desconoces de ti.
¿Sabes de algún dios que se interese tanto por las personas y tenga la delicadeza de tocar hasta lo más hondo e íntimo de su ser? Porque, hay que decirlo, cuando Dios ve dentro de tu corazón no es para recriminarte ni para darte una “paga” por aquellas cosas que no has hecho del todo bien. Nada que ver.
Cuando Dios entra en tu vida es para sanarte, para liberarte de tus miedos y todo lo negativo que pueda estar quitándote el ánimo de seguir adelante, y darte esperanza para querer ser cada vez mejor persona y más cristiano.
Deja todo por la Sabiduría
El seguimiento a Cristo es de las cosas más intensas que puedes experimentar en tu vida, y no porque te pida algo imposible (todo lo contrario), sino porque te pide que dejes eso que tú sabes no te permite ser auténticamente feliz y te entregues a Él.
Ojo, no es que nos vamos a ir todos de monjas o monjes de clausura, nada que ver. Mas bien, lo que Dios nos pide hoy es lo mismo que le pidió al hombre rico <<…Solo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme.>> (Mc 10, 21)
Lo que Jesús nos pide es desapegarnos de todo lo que nos mantiene en el mundo, es decir, aquellos objetos y bienes que son para nosotros una riqueza económica y que, si nos descuidamos, poco a poco se van quedando con nuestra vida. Lo material debe servirnos a nosotros, no al revés.
Es por esto que el Señor nos dice hoy: libérate de todo lo que se ha convertido en un lastre, en un peso sobre tus hombros que no te deja andar. Aquello a lo que te estás aferrando y no te hace feliz, sino todo lo contrario, aquello que te quita el sueño y ocupa tu mente de tal forma que no ves lo que ocurre a tu alrededor, ¡suéltalo! ¡Sácalo de tu vida!
Por supuesto que Dios no pide que nos quedemos en la calle y sin ropa, mas bien, lo que Él quiere es que todos tengamos un corazón dispuesto a compartir con los más necesitados, según nuestras posibilidades, pero ser desprendidos de lo material.
Desapegarnos de aquello que nos mantiene con la mirada en el suelo permitirá que podamos alzar los ojos al Cielo, al lugar donde Dios nos espera desde la Eternidad y tiene una morada para nosotros. Es allí que la Sabiduría nos lleva, a estar con Dios y en Dios por los siglos de los siglos. Amén.
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