De varitas y cayados

Debo confesarme con ustedes, me gusta mucho la fantasía, que si la magia, y los poderes, las pociones, hechizos y contra hechizos, brujas, magos y todo lo que se me pueda estar escapando que sea de ese estilo. Desde pequeño me gusta, es como manifestar esa creencia que hay algo de especial en nosotros, unos más, otros menos, ese atractivo por lo sobrenatural, y así como yo, sé que hay muchos más.

Pero, me diferencio de los demás en algo (sin ánimos de juzgar, pues ni soy quien para hacerlo ni es la intención de este blog): no soy fanático. Estoy claro en que es algo que me gusta, que me distrae la mente, pero más claro estoy en que es algo irreal. Y ocurre que muchas personas centran su vida y se entregan en esta ficción, en el creer que con una varita mágica se soluciona todo, un par de palabras dichas en forma de conjuro y se soluciona todo, o tener una pócima para devolver la vida, o con una movida particular de muñeca se pueden hacer cosas "mágicas".

Hay quien vive en este mundo de fantasía sin siquiera gustarle, mucho menos ser fanáticos, de lo antes mencionado, pero son personas que viven creyendo que las cosas se solucionan solas, que sólo hay que esperar que pasen y ya, sin poner de su parte, sin esfuerzos ni nada. Hay quien pasa por la vida esperando que alguien mueva una varita mágica con un juego de palabras rítmicas y solucione todo.

Pero no, las cosas no son así, y en vez de estar buscando varitas mágicas para solucionar los problemas, debemos más bien buscar el cayado del Pastor.

Dios no usa bastón porque cojee de una pierna y necesite apoyo, ni lo tiene tampoco para reprender a los hijos malos, al contrario, Dios te da su vara (que no tiene nada de mágica) para que tu te apoyes en el momento del cansancio, para ocultarte detrás de él cuando no quieras que te vean los del mal, y para lo que sí lo usa es para, de un solo bastonazo, alejar de sus ovejas a los lobos hambrientos.

Ningún hijo de Dios debe andar buscando varitas mágicas y decir palabras vacías, mas bien debe aferrarse duro al cayado del Pastor y gritar con voz fuerte "Abba, Padre" para que Él lo escuche.

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