Dualidad

El mundo está lleno de dualidades: sol y luna, día y noche, calor y frío, montañas y depresiones; números pares e impares, arriba y abajo, derecha e izquierda; hombre y mujer, bien y mal…sólo por mencionar algunas, y ésta última le da pie a este post.

Todas estas dualidades no sólo están fuera de los hombres, allá en el mundo, al contrario, la mayor dualidad está dentro del mismo ser humano: el bien y el mal. Todos estamos inclinados hacia el bien y hacia el mal, y depende de cada uno hacia cuál lado irnos; pudiera decir también que somos como una balanza y nos inclinamos según el peso que le demos a las cosas.

Por naturaleza las personas somos buenas, somos criaturas de Dios, y como tal, fuimos hechos para el bien. Creados a imagen de Dios mismo (cf Gn 1, 27) no podemos hacer algo distinto a obras buenas, pero por la desobediencia de los primeros padres (cf Gn 3, 1-19) entró el mal a nuestras vidas, y con él empezó esta dualidad.

Esta inclinación al mal se nutre de nuestra debilidad humana (cf Mt 26, 41) y esta debilidad es heredada de Adán y Eva, por ellos es que todos estamos inclinados a querer hacer nuestra voluntad por encima de lo que Dios quiere para nosotros (que a fin de cuentas fue lo que ocurrió con nuestros padres), pero no podemos ser fatalistas y creer que no podemos hacer nada contra ello, al contrario, el hecho de ser una inclinación significa que tenemos la tentación de ir a por ello, más no es una realidad inevitable el caer en tentación.

Para este no caer en tentación tenemos la ayuda de Dios, Uno y Trino, que no sólo quiere que no hagamos el mal si no que, nos ayuda, Él mismo, a hacer el bien. Jesús nos enseña a pedirle al Padre que no caigamos en tentación (cf Mt 6, 9-13), y él mismo nos ofrece su Espíritu Santo, que nos fortalecerá.

Si bien es cierto que somos carne, más lo es que somos Espíritu, puesto que Dios habita en nosotros, que sopló su Espíritu y nos dio vida (cf Gn 2, 7). Por esto es que no podemos decaernos y creer que estamos condenados a pecar, mientras más débiles nos sintamos más fuertes debemos ser en Cristo (cf Fil 4, 13).

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