Más santo que Jesucristo
Cuando escuchamos sobre la santidad y el bien que implica para nuestra alma sentimos la necesidad de llegar a serlo. Y nos esmeramos y ponemos todo de nuestra parte. Empezamos a luchar contra el pecado, buscamos parecernos más a Jesús, practicando lo que él nos dejó dicho en el Evangelio.
Hasta aquí vamos bien, ya que, seguimos esa necesidad de buscar a Dios, y con las acciones que llevamos a cabo vamos purificando nuestra alma. Bien. Ahora, ¿qué ocurre si se nos va la mano? Es decir, que buscamos la santidad pero al extremo, y no en un buen sentido. Nos volvemos como esos fanáticos religiosos que ven al diablo en todos lados y en todas las personas. Incluso llegamos a creernos capaces de juzgar a los demás, porque ellos están pecando (ni por accidente creemos que somos nosotros).
A veces entendemos el camino de la santidad como un cambio brusco en nuestras vidas, dar un giro de 180° grados de la mañana a la noche (sí, en un mismo día, así de impacientes) y no entendemos que es un camino lento pero seguro, es un poco a poco que va a depender de nosotros mismos, o mejor dicho, de la fe que pongamos en Cristo.
Nuestra sed de ser santos no sólo está permitida por Dios, si no que, Él mismo la inspira por acción de su Santo Espíritu. Pero hay un límite, y no me refiero a la santidad, más bien es un hasta aquí en nuestros actos. Intento explicarme, la acción de los Sacramentos en nosotros nos acerca al Reino, pero no por ello vamos a pasar 20 horas al día rezando, o yendo a misa 3 veces al día, 7 días a la semana, o tampoco vamos a quitarle el biberón a nuestros niños por dárselo a uno que está en la calle.
Tampoco el camino a la santidad es botar todas nuestras cosas o rechazar a nuestra familia por ir a entregarse al servicio a los demás, vestidos sólo con una vieja camisa y unos jeans desgastados, y sin calzado (porque así hay más sacrificio). No. La santidad que Dios quiere de nosotros no son estas cosas extremas.
Ojo, y antes que me tildes de loco, sé que estas cosas muchas personas las han llevado a cabo y hoy son modelos de santidad, por ende no son cosas equívocas, pero lo que quiero decir es que lo extraordinario reside en lo ordinario. Lo que de verdad nos hace santos es vivir nuestra vida conforme al Evangelio.
Que nuestros padres nos dan lujos y comodidades, bendito sea Dios que podemos tener eso, pero no nos apeguemos a lo material mientras vemos a los vecinos sufrir por carencias económicas. Igualmente, si nuestra familia está en un estado de pobreza económica donde lo que hay hoy para almorzar es sopa y la cena es lo mismo del almuerzo pero con un poquito más de sal y agua, bendito sea Dios que nos permite estar reunidos en torno a la mesa. Y esto por sólo mencionar unos ejemplos.
"No hay mayor amor que el que de la vida por sus amigos" (cf Jn 15, 13). Y es dar nuestra vida en el sentido de la caridad, con el respeto, siendo buenos ciudadanos, cumpliendo con nuestro papel en la familia y en el mundo (hijos, hermanos, padres, sobrinos, tíos, primos, nietos...estudiantes, profesionales, docentes, ingenieros, barrenderos, cocineros...), y por encima de todo, acudiendo con fe a los Sacramentos, por encima de todos la Eucaristía, centro de nuestra fe y fuente inagotable de Gracia.
Nuestra sed de ser santos no sólo está permitida por Dios, si no que, Él mismo la inspira por acción de su Santo Espíritu. Pero hay un límite, y no me refiero a la santidad, más bien es un hasta aquí en nuestros actos. Intento explicarme, la acción de los Sacramentos en nosotros nos acerca al Reino, pero no por ello vamos a pasar 20 horas al día rezando, o yendo a misa 3 veces al día, 7 días a la semana, o tampoco vamos a quitarle el biberón a nuestros niños por dárselo a uno que está en la calle.
Tampoco el camino a la santidad es botar todas nuestras cosas o rechazar a nuestra familia por ir a entregarse al servicio a los demás, vestidos sólo con una vieja camisa y unos jeans desgastados, y sin calzado (porque así hay más sacrificio). No. La santidad que Dios quiere de nosotros no son estas cosas extremas.
Ojo, y antes que me tildes de loco, sé que estas cosas muchas personas las han llevado a cabo y hoy son modelos de santidad, por ende no son cosas equívocas, pero lo que quiero decir es que lo extraordinario reside en lo ordinario. Lo que de verdad nos hace santos es vivir nuestra vida conforme al Evangelio.
Que nuestros padres nos dan lujos y comodidades, bendito sea Dios que podemos tener eso, pero no nos apeguemos a lo material mientras vemos a los vecinos sufrir por carencias económicas. Igualmente, si nuestra familia está en un estado de pobreza económica donde lo que hay hoy para almorzar es sopa y la cena es lo mismo del almuerzo pero con un poquito más de sal y agua, bendito sea Dios que nos permite estar reunidos en torno a la mesa. Y esto por sólo mencionar unos ejemplos.
"No hay mayor amor que el que de la vida por sus amigos" (cf Jn 15, 13). Y es dar nuestra vida en el sentido de la caridad, con el respeto, siendo buenos ciudadanos, cumpliendo con nuestro papel en la familia y en el mundo (hijos, hermanos, padres, sobrinos, tíos, primos, nietos...estudiantes, profesionales, docentes, ingenieros, barrenderos, cocineros...), y por encima de todo, acudiendo con fe a los Sacramentos, por encima de todos la Eucaristía, centro de nuestra fe y fuente inagotable de Gracia.
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