1+1+1=1



Toda relación de pareja (que no es la única pero es la que motiva a escribir en esta oportunidad) debería tener como base, en mi opinión, la comunicación, pues sin esta serán dos personas coexistiendo pero nunca se unirán. El acto de comunicarse es tan necesario que es de esta manera que Dios se nos da, nos comunica su Vida, por ende, es necesario que dos personas que tengan sincero deseo de tener una relación de pareja seria y estable debe seguir el ejemplo de Dios: comunicarse. 

¿Si les dijeran que la relación ideal es de a 3? Seguramente saldrían todos los machos (no me atrevo a llamarlos hombres) a buscarse su segundo frente (como decimos en mi tierra), y las mujeres no se quedan muy atrás, seguro alguna buscará su segundo novio y así cuando se aburran del "legal" se van con el otro o muchas opciones que no vienen al caso comentar. Pero así es, la relación de pareja perfecta está formada por 3: el hombre, la mujer y Dios.

No voy a decir que una pareja de ateos no puedan ser felices (no tengo la suficiente información para asegurar eso) pero, como cristiano, pienso que donde está Dios todo estará bien, incluso en tiempos de tempestad, si Dios está de nuestro lado todo irá bien. Ciertamente creo que una relación en la que Dios está presente puede vencer las tribulaciones, bien sea a nivel personal (de uno de los miembros) o de la pareja como tal.

Quien a Dios tiene en su vida cuenta con la asistencia del Padre, que nos da todos lo bienes, materiales y espirituales, que como Padre bondadoso, amoroso, misericordioso, está atento de todo lo que sus hijos necesita, cuida de evitarles peligros y riesgos innecesarios, anima cuando tienen ideas, sueños, proyectos que ponen en Sus manos y le piden ayuda. Dios Padre, Creador de todo, se encarga que nada falte a la pareja, son sus hijos que ama, a quienes dio la mayor prueba de amor: su propio Hijo.

El Hijo de Dios, que hecho hombre, de carne y hueso igual que nosotros, que sufrió lo mismo que sufrimos nosotros, que se hizo uno más de nosotros, quiere estar en medio de la pareja, quiere habitar en esas dos persona, quiere impulsarlas a buscar el bien de la persona amada. Jesús (fue el nombre que tomó en la encarnación) no vivió la relación de pareja pero sí sabe lo que es amar, conoce muy bien lo que es la pasión, la entrega, el dolor por ver a la otra persona sufrir. Muchos son los milagros que recoge la Biblia de Jesucristo, muchas las oportunidades en que su corazón se conmovía ante una injusticia, una escena de dolor, de angustia, de desesperanza. 

La pareja que tiene a Cristo en su vida lo tiene todo, porque tiene consigo a aquel que dio la vida por amar, que prefirió cargar él con toda la culpa (inmerecida) antes que vernos a nosotros pagar por ello. Jesús es verdadero hombre porque, sintiendo lo mismo que nosotros podemos sentir, no dudó que el Padre estaba con él y que lo iba a ayudar en todo y que de todo iba a salir con bien suyo y para gloria de Dios.

El Espíritu Santo, dicen los que saben de eso, es el Amor mismo, es Amor puro, es Amor que brota del Padre al Hijo y del Hijo al Padre (sé que pude haber dicho "y viceversa" pero quise ser muy claro), porque amarse a sí mismo sería el mayor acto de egoísmo que puede cometerse. El Padre ama tanto al Hijo que hizo todo el mundo para él (el Hijo), por Amor le dio al Hijo lo que más quería: un pueblo por el cual entregarse por Amor. Es el Espíritu Santo el fruto de esa entrega del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, es el Espíritu Santo el que nos mueve a salir de nuestra comodidad para entrar en el misterio de la profundidad de la persona que amamos.

El Espíritu Santo nos enseña a amar. El Espíritu Santo viene a ser, en la pareja, lo que es la mermelada en un sandwich (perdonénme si blasfemo), el Espíritu Santo es el que une al hombre y a la mujer en una relación, es el que les inspira a amar a Dios Padre por haber creado un ser tan bello, a amar al Hijo como acto de agradecimiento por dar la vida para que no murieran ninguno de los dos y poder estar aquí y ahora, juntos. 

El Espíritu Santo es el que hace que una relación de el fruto que está llamado a dar, dé los hijos que deba dar, dé el amor que debe darse mutuamente y a los demás. El Espíritu Santo es el que une a un hombre y a una mujer de tal manera que ya no son más que un solo cuerpo, ya no hay división, no hay guerra, no hay interés en dominar al otro; en su lugar hay entrega, hay devoción (en el buen sentido de la palabra, cada uno es reflejo de Dios, me refiero aquí a ver a Dios en la persona amada), hay deseo de cuidarle como si fuese una joya preciosa y única en su clase, y esto hasta cierto punto es verdad, cada uno es irrepetible, es único.

Y como esto está más largo de lo que me imaginé antes de comenzar solo me queda decir que toda pareja, que desee lo mejor para ellos, debe buscar, indudablemente, que Dios sea el centro de sus vidas, pues lo que Dios une nada los separa.

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