Ofrenda agradable al Padre

En la liturgia cristiana hay un momento de ofertorio, en el cual se presentan ante el altar de Dios nuestras ofrendas, esos bienes materiales que con mucho amor y esfuerzo apartamos para llevarlos a la iglesia. Pero ¿nos hemos preguntado cuál es realmente la ofrenda que va a gustarle a Dios? ¿Sabemos qué llevarle que sea de su agrado? O, más aún, ¿cómo presentarle nuestra ofrenda para que le guste?

La Biblia nos cuenta, en Génesis 4, 1-5, la historia de dos hermanos que presentaron a Dios unas ofrendas, podemos observar en dicha lectura que agradó solo una, mas no fue por lo ofrendado propiamente sino por la intención que había oculta en el corazón de los hermanos. Gustó la de Abel en lugar de la de Caín, haciendo que se pusiera en contra el mayor contra el menor. ¿Realmente quería Caín darle lo mejor a Dios?

Podemos leer el sacrificio de Isaac, Génesis 22, 1-18, que no es llevado a cabo porque Dios no quería darle muerte al hijo de Abraham, más sí quería asegurar que él estaba dispuesto a cumplir todo lo que le pidiera.

Damos un brinco en la historia y llegamos a Mateo 5, 23-24, donde Jesús nos dice que antes de llevar nuestra ofrenda al altar (de Dios) revisemos cómo está nuestra relación con nuestro hermano (prójimo) y si no estamos en paz hay que dejar la ofrenda ahí mismo e ir a buscar ese hermano para reconciliarnos. ¿Será acaso que, realmente, la intención con la que nos presentamos ante Dios ayuda o no a que le guste lo que llevamos?

De nada vale ser ostentosos con nuestra ofrenda material si no hay un corazón sincero. ¿Cuántas veces hemos dado los billetes de mayor denominación para que vean que yo sí soy generoso? ¿Es esa la actitud correcta?. Seamos honestos, Dios no necesita de nosotros, por ende no hay cosa material que podamos darle que Él necesite o que le haga falta.

¿Entonces cuál debe ser nuestra ofrenda ante el altar de Dios? Nosotros, cada uno de los que lee esto (empezando por mí), en ese momento en que las ofrendas son llevadas al altar, mientras se recoge el fruto de nuestro trabajo y esfuerzo, es el indicado para ofrecernos ante Dios, poner a sus pies nuestra vida, lo que somos, lo que estamos dispuestos a hacer, lo que queremos alcanzar para gloria suya. 

Entregarse tal cual se es, con virtudes, defectos, habilidades y torpezas, incluso con malas sentimientos y pensamientos, pedirle a Dios que así como el incienso sube así suba nuestra petición a Él, es el momento de dar nuestros dos panes y cinco peces para que se obre el milagro. No podemos más que ofrecernos nosotros mismos, con corazón arrepentido, conscientes de o que hemos hecho mal pero con la certeza que Dios obra en nosotros, que sólo Él puede tomar este barro y hacer la vasija más bella.

Da igual lo que demos si no se da con verdadero deseo, mi mamá dice que así le den el diamante más bello si se lo dan de mala gana ella no lo acepta. Y yo lo he experimentado, cuando niño le daba cosas de poco valor material pero como lo hacía con ganas de que le gustara ya eso hacía que el regalo fuese agradable para ella. Igualmente va con Dios, lo que le gusta es que nos demos con intención, verdadera, de darnos. 

Comentarios

Lo más visto

Aplausos

Dementores

Hagamos tres chozas