Al Dios desconocido

"Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: 'Al Dios desconocido'. Pues bien, vengo a anunciaros lo que adoráis sin conocer.
El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por mano de hombres; ni es servido por manos humanas, como si de algo estuviera necesitado él, que a todos da la vida, el aliento y demás cosas. Él creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la tierra, y fijó los tiempos determinados y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a la divinidad, para ver si a tientas la buscaban y la hallaban. Pero no pensemos que se encuentra lejos de cada uno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho alguno de vosotros: 'Porque somos también de su linaje'.
Si somos pues, del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad sea algo semejante al otro, la plata o la piedra, modelados por el arte y el ingenio humanos.
Dios, pues, pasando por alto los tiempos de la ignorancia, anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse, porque ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por medio del hombre que ha destinado, y del que ha dado garantía ante todos al resucitarlo de entre los muertos".
Al oír que mencionaba la resurrección de los muertos, algunos se burlaron de él, y otros dijeron: "Sobre esto ya te oiremos otra vez". Entonces Pablo los dejó allí y se marchó. Pero algunas personas se adhirieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos otros junto con ellos. (Biblia de Jerusalén)
File:Altare del dio ignoto, 110-90 ac ca, dall'area sudorientale del palatino verso il velabro.jpg

Pablo se encuentra ante un pueblo politeísta, paganos, y él, no en vano llamado el apóstol de los gentiles, ve la oportunidad perfecta para hablar de Jesús y su Evangelio a estos hermanos que están alejados de la fe y para los cuales también es la salvación. En su discurso les habla sobre ese "Dios desconocido" al que adoran sin saber, es ese Dios que ha dado la vida por ellos para que así puedan, al final de los tiempos, resucitar para la Vida eterna.

El apóstol les habló a los paganos de ayer pero también nos habla a los cristianos de hoy, en las calles de nuestra vida ¿a qué dioses tenemos monumentos? Si pasara Pablo viendo nuestro templo ¿qué encontraría allí?

Sería una respuesta fácil decir "el Dios Único y Verdadero es el Señor de mi vida" pero ¿realmente lo es? A la luz de esta cuaresma que se nos invita a vivir es bueno que nos examinemos, que veamos realmente los monumentos sagrados que nuestra religiosidad ha construido.

La liturgia de este tercer domingo de cuaresma, ciclo A, nos dice en el evangelio que "llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adore". (Jn 4, 23) Y al leer esto me viene a la mente unas preguntas: ¿yo, que digo ser cristiano, realmente adoro al Señor en espíritu y verdad? ¿Realmente lo conozco? ¿Qué me diferencia de los atenienses del areópoago a los que Pablo predicó?

En nuestra vida de fe, como cristianos que queremos caminar hacia la felicidad que solo el Dios verdadero nos ofrece, es necesario preguntarnos si sigue siendo desconocido o no ese Dios para nosotros; si después de estos años (sean pocos o muchos) de haber recibido la comunión por vez primera, de ir a misa los domingos y de comulgar con regularidad, de vivir los tiempos fuertes del año litúrgico, de recibir la meditación del evangelio diario y oraciones, de libros y películas religiosas, de..., ¿mi vida ha cambiado o sigue igual? ¿He dejado que Cristo me transforme o yo lo he querido hacer a mi medida?

No debe extrañarnos que a pesar de vivir todas estas cosas que cada quien sabe que hace siga siendo Dios un desconocido en su vida. Él no se oculta de nosotros, no nos huye, no le gusta jugar a las escondidas ni se hace el difícil, ¡todo lo contrario! celebramos hace poco que se encarnó y nació como un niño pequeño e indefenso y ahora nuestra alma pide que revivamos con Jesús su sufrimiento humano pero con los ojos puestos en la gracia que quiere desbordar en nosotros.

Cuaresma no es ese tiempo de látigos y autoflagelación, no es tampoco para recordarnos lo miserables y pecadores que somos y que por nuestra culpa Cristo está en la cruz muerto (como si se hubiese quedado allí); no, cuaresma no es eso, lo que sí es, es tiempo de reflexión, de examen de conciencia, de conversión, de propósito de enmienda, de conocer más de la pasión, muerte (y resurrección) salvadora de Cristo, es tiempo de arrepentimiento por el daño que nos causamos a nosotros mismos cuando pecamos y cómo esto rompe la comunión con Dios.

Cuaresma es ese tiempo propicio para aclamar el misterio de la redención (en misa respondemos "cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte Señor hasta que vuelvas"), contemplar a un Jesús sufriente pero no perdido, por el contrario, amoroso y apasionado por nosotros al punto de dar su vida para que nosotros no muramos más.

Cuaresma no es lágrimas de culpa y dolor, o sí lo son pero no podemos quedarnos ahí, es cambiarlas por lágrimas de felicidad al sabernos amados y rescatados. No es tiempo para clamar misericordia a Dios pero dudando que nos la de, mas bien, es gritar pidiendo perdón pero con el gozo de saber que Él ya nos ha perdonado y que viene a consolarnos.

Al terminar la cuaresma deberíamos, al menos más que antes, saber quién es ese Dios desconocido al que adoramos, como san Agustín dice por nosotros "Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti".

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