Igual que tú y yo

Imagen relacionada Sobre el sacerdocio ministerial el Magisterio de la Iglesia nos ha enseñado mucho, bastantes escritos tenemos ya sobre las gracias que derrama Dios a través de esos hombres que se ha escogido Él mismo para ser otro Cristo acá en la tierra. Sin embargo no quiero hoy escribir desde eso, no porque no lo crea o esté en contra, todo lo contrario, sino porque esto que quiero compartir es más humano, más palpable, sin dejar a un lado el don sobrenatural de la gracia sacramental estas líneas quiero que sean más escritas con el corazón que con la mente, desde lo que me hizo sentir un sacerdote en una de las homilías más bonitas que le he escuchado, a pesar del sabor triste que dejó en mi ser.

"El sacerdote es un hombre, escogido entre los hombres, para la salvación de los hombres" y "el sacerdote es a gusto de Dios, no de los hombres" son dos frases que recuerdo con cierto cariño de quien fuera mi párroco hace unos años. En el momento me parecían chocantes y como una excusa que él usaba para defenderse de lo que pudieran decir sobre su personalidad...con los años creo que he ido aprendiendo a entender esas verdades.

Es un misterio cómo Dios escoge para actuar a un hombre, uno que igual que yo y que tú, con debilidades y fortalezas, defectos y virtudes, con un carácter, salido de una familia, con experiencias de vida que lo llevaron a esa decisión, con su personalidad y gustos...igual que tú y que yo hasta en el pecado, porque sí, tiene la misma naturaleza que nosotros (solo María y Jesús fueron preservados de esto) y puede caer (y muchos caen) en esos "errores", pero no por eso dejan de ser administradores de la gracia divina, ellos que son los primeros receptores, ellos que no han merecido tal dignidad, ellos que no pueden comprar nunca el ser sacerdote.

En el sacerdote vemos ese salvavidas cuando estamos con el agua al cuello, vemos al siempre disponible para nosotros, al que nos hace presente a Cristo y lo "baja" para que esté cerca de nosotros. En este hombre, que voluntariamente ha dejado todos los bienes materiales por entregarse completamente a amar a la Iglesia como Cristo la ama, como un esposo fiel a su amada esposa; como el padre que no duerme mientra sus hijo está enfermo, que sale a media noche a buscarlo en plena borrachera, en la madrugada con fiebre alta.

El sacerdote ama y es feliz en lo que hace, y lo que no; con lo que tiene, y lo que le falta; es feliz porque el Señor, que lo ha llamado para configurarlo con Él, lo llena de la dicha y gozo que sólo Dios puede dar. Pero es humano, no deja de serlo, no lo pierde en la ordenación, no, sigue siendo de carne y hueso, sigue teniendo la necesidad de un abrazo, de una mano en el hombro en los momentos de angustia, de unas palabras de consuelo en los momentos difíciles, de una sonrisa que le diga sin palabras que de la mano de Dios puede eso y más.

Olvidar que el sacerdote es humano al igual que nosotros y que tiene esas necesidades sería olvidar que Cristo se hizo uno como nosotros porque precisamente así quería salvarnos, siendo igual a nosotros, viviendo en carne propia nuestras debilidades y padecimientos. El sacerdote es un hombre porque el Hijo de Dios se hizo hombre; aquel es imagen de este, y este se desborda en y a través de aquel.

El sacerdote necesita tanto o más afecto que tú y yo, pues gracias a Dios tenemos familia, personas que amamos y a las cuales podemos darle cariño y recibirlo de vuelta, mas el sacerdote no siempre tiene el saludo de los feligreses, muchos caemos en el error de creer que él siempre va a estar ahí o pensar que como está con Dios siempre está bien y nunca le pasa nada. Ellos necesitan de nosotros, sí, respeto pero también amor cristiano, necesitan alguien que se preocupe y ocupe por su salud física y espiritual, que ante una dolencia o malestar esté atento, sino por cariño al menos por cuidar al sacerdote para que dure unos años más (pero siempre el cariño de su pueblo va a ser la mejor medicina para el sacerdote).

Termino compartiendo la pregunta que se me clavó en el corazón: ¿desde cuándo no rezas, de verdad, por tu sacerdote?

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