Miércoles de Cenizas

Cada año, en el calendario, podemos encontrar dos días marcados como Carnaval, lunes y martes (aunque desde hace algunos comienzan las celebraciones el viernes antes y pueden llegar, incluso, al viernes siguiente) y pueden ser en febrero o en marzo, por lo general.

Esta fiesta, últimamente, ha tomado una connotación de fiesta descontrolada. Yo recuerdo, de niño, que mi mamá me llevaba a ver las comparsas, que no eran otra cosa que un desfile de personas disfrazadas como personajes de fantasía, o reinas, o simplemente bailarines que eran acompañados por música típica de tal manifestación cultural.

Sin embargo, esta misma fecha se caracteriza, en muchos casos, por ser una oportunidad para el desenfreno y soltar las pasiones internas sin pensar que eso conlleva consecuencias que, eventualmente, van a salir a flote.

Una fiesta, que se caracterizaba por ser familiar, ha perdido su norte en cuanto a entretenimiento se refiere, siendo ocasión, en muchos casos, de posteriores actos de arrepentimiento o de una especie de resaca moral, puesto que, habiéndose encontrado con lo que ocasionó el obrar sin pensar, ya no parece tan divertido lo vivido en carnaval.

Por supuesto que no estoy en contra de quienes celebran esta fiesta, mi invitación, mas bien, es a encontrarnos con lo que la Iglesia celebra en torno al altar de Dios el día siguiente.

 

Conversión y penitencia

Después de carnaval, la Iglesia nos convoca a reunirnos como pueblo en torno a uno de los misterios de Dios: la llamada a la conversión. Y no me refiero con “misterio” a algo desconocido o imposible de entender, todo lo contrario, de hecho; cuando digo misterio, quiero decir la forma en la que Dios nos regala su Amor y Misericordia.

No ha de sorprendernos entonces que este día tenga como eje principal el arrepentimiento y el deseo de ser distintos, de cambiar para bien, de ser mejores y dejar atrás esa vida de actos que benefician a nadie y más bien perjudican (cf. Sab 12, 19) Sir 18, 19-32).

En la Biblia, que es Palaba de Dios, podemos encontrar lo que Él mismo nos dice sobre esto. El llamado al arrepentimiento tiene unos gestos y signos sensibles por parte de quien decide cambiar, pero, en todos los casos, lo que debe resaltar es la disposición del corazón a sentir dolor por aquello que hizo libremente y que, ahora, está consciente que no edifica, que aleja de Dios, es decir, que es pecado.

El AT nos enseña bastante sobre esta parte visible del reconocerse pecador, lo que puede hacer y decir un corazón adolorido que reconoce haber dado cabida en sí a aquello que lo aleja del Bien, de sus hermanos, amigos, personas de su entorno que buscan lo mejor para él; e incluso, esta misma situación de pecado, llega a hacer que la persona se sienta dividida por dentro, lejos de sí misma, como quien está observando en una pantalla una escena en la cual no puede intervenir.

El pecado, en resumen, hace sentir a quien lo comete como si estuviera solo en el mundo y sin tener a quién acudir para pedir ayuda y consuelo. Por eso Dios, desde el primer instante que el hombre fue consciente de tales actos, le ofrece al pecador su Amor, su perdón, su misericordia, su bondad, cercanía, compañía y demás bienes que pueda imaginar.


Un poco sobre los gestos

Entre aquellos gestos y actos que recoge el AT encontramos el sayal y las cenizas. El primero, un vestido bastante rústico, de tela dura e incómoda; las otras, producto de la quema de la ofrenda hecha a Dios para pedir perdón por los pecados del pueblo (cf. 1 Cro 21, 15-17; Ne 9, 1-3; Jl 1, 9-14)

Con ellos, la persona que se sentía pecadora manifestaba públicamente su arrepentimiento, en un proceso que podía llevar años y que desembocaba en la vuelta a la comunión con el pueblo. De esta manera, la persona vivía un proceso gradual de conversión, dejando a un lado aquello que sabía era pecado y haciendo propósito firme de no volver a caer.

Con el paso del tiempo fue cayendo esta conciencia de pecado, o al menos la parte visible del arrepentimiento y se optó por, incluso, dejar a un lado todo tipo de sacrificio o rito que no fuese mero cumplimiento; en otras palabras, una persona puede llegar a pecar y acercarse a Dios sin que le remuerda ni un poco la conciencia.

Por eso, Juan el Bautista, invitaba a sus hermanos en la fe a convertirse, a dejar a un lado esa vida de pecado que los llevaba a ningún lugar bueno. El medio que utilizó no era ya el uso del sayal o las cenizas, sino, ser sumergidos en las aguas del río Jordán como gesto significativo de querer ser limpiados de toda mancha y salir de allí con el propósito de recuperar la comunión con el pueblo (cf. Mt, 3, 1-12)

Sin embargo, esto no era suficiente, ya que, al igual que las ofrendas en el altar hasta ese momento, no podía conceder el perdón de los pecados. Tanto el sayal como las cenizas y el bautismo que Juan realizaba no eran más que manifestaciones visibles de un deseo íntimo de conversión. Para sanar esta herida del pecado fue que Jesús vino al mundo.

Él también se acercó al Jordán a recibir el bautismo de parte de Juan, pero en Jesús no significaba un deseo de arrepentirse, pues no había pecado, sino conceder la gracia del auténtico perdón y conversión, en esencia, para quien lo reciba de ahí en adelante (cf. Mt 3, 13-17)

Por lo tanto, todo el que recibe el Bautismo, tiene en sí todo lo que necesita para sostener y lograr su deseo de no volver a pecar. Perdona los pecados que se hayan podido tener hasta dicho momento (en todos, el pecado original) y deja en el alma un sello imborrable que va a impulsar a quien lo recibe a buscar siempre y en todo lugar a Dios.


Miércoles de Cenizas

Dios, que nos perdona los pecados tantas veces como nosotros acudamos a pedirle perdón, nos hace, de manera particular, una invitación a “vestirnos” de nuevo con los signos de arrepentimiento y penitencia para, así, andar el camino de la conversión.

El día inmediatamente siguiente a carnaval, miércoles, se conoce en la Iglesia como Miércoles de Cenizas, ya que, en la celebración de ese día, sacerdote y pueblo, somos marcados en la cabeza con las cenizas, signo de reconocimiento público de nuestra condición de pecadores, lo cual no es una imposición, sino, un movimiento libre y personal de cada uno de nosotros.

En los primeros siglos de la Iglesia, quien deseaba recibir el sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, recibía las cenizas en la cabeza y vestían un “hábito penitencial”, como deseo de conversión.

Fue en el siglo XI cuando se empezó la costumbre de colocar las cenizas, a quienes lo pidieran, para dar inicio a los 40 días de penitencia y conversión. De igual forma, quienes querían ser bautizados el Sábado Santo se preparaban también recibiéndolas.

Las cenizas se obtienen quemando las palmas benditas del Domingo de Ramos del año anterior, estas son, a su vez, bendecidas por el sacerdote en la misa del Miércoles de Cenizas ante de colocárselas a los fieles; aunque no es indispensable la celebración eucarística para el rito de las cenizas, ¿qué más podemos recibir como sustento y fortaleza en nuestro proceso de conversión que al mismo Cristo hecho alimento?

La costumbre es hacer la señal de la cruz en la cabeza con las cenizas y decir unas palabras que invitan a la conversión y a creer en la Palabra de Dios. Pero, a raíz de la pandemia ocasionada por el virus del covid, este año será distinto.

El sacerdote bendecirá las cenizas, asperjará el agua bendita sobre estas con una oración en silencio y, de cara al pueblo, dirá la invitación correspondiente una sola vez. Luego, se limpiará las manos, se pondrá la mascarilla y las dejará caer sobre la cabeza de quienes se acerquen; de esta manera se evitará el contacto físico, reduciendo así el riesgo de contagio del virus.


Inicio de Cuaresma

Con el Miércoles de Cenizas comienzan 40 días de ayuno, oración y limosna, signos de la conversión, conocidos como Cuaresma, tiempo litúrgico dentro de la Iglesia que se caracteriza por la penitencia.

Las palabras con las cuales nos invita el sacerdote son “Del polvo vienes y al polvo volverás” o “Conviértete y cree en el Evangelio”, de esta manera tenemos todo un tiempo por delante para recordar lo efímera de la vida y la importancia que tiene el guiarnos según la Palabra de Dios, que, a pesar de los siglos, sigue siendo vigente y actual. Pero para ello tendremos, Dios mediante, otro post para hablar.

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