Se va, pero a la vez se queda
En este tiempo de Pascua, el mensaje de la Resurrección de Cristo ha ocupado nuestra mente y nuestra boca. Hemos salido como los Apóstoles a comunicarles a todos la Buena Nueva de Salvación mientras nuestro corazón está lleno de alegría, gozo y agradecimiento. Que mayor felicidad que saberse amados por Aquel que es el Amor.
Hoy domingo celebramos la Ascensión de Jesús al Cielo; él, que ha bajado para estar entre nosotros regresa a su morada eterna, a estar de nuevo y para siempre sentado a la derecha del Padre. Así debía ser para que se cumplieran las Escrituras.
Después de haber pasado por todo lo que los profetas habían anunciado de él, llegó el momento de regresar a casa, a prepararnos un lugar, como nos dice en otro pasaje del Evangelio.
Su trono está en el Cielo
Jesús vino al mundo para salvarnos, como ya lo hemos escuchado en otras oportunidades, su entrega voluntaria en la cruz hizo de aquel símbolo de muerte, hasta entonces, un instrumento de salvación y vida.
Haber aceptado la voluntad del Padre sin coacción alguna, sino, por puro amor hacia la humanidad le hizo ser coronado con la gloria de la Resurrección. Venció a la muerte y por eso Dios le dio el Nombre sobre todo nombre, y como profesamos con el Credo <<subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos>>
¿Qué significa para nosotros que Cristo haya subido al Cielo? En primer lugar eso, él subió al Cielo por sí mismo, por su propio poder como Dios Hijo; luego, tenerlo junto a Dios Padre es garantía que todas las oraciones, ofrecimientos y sacrificios que hagamos en nombre de Jesús serán escuchadas y atendidas, ya que, él mismo nos lo prometió mientras aún estaba con nosotros.
Desde allí nos provee todo tipo de bienes
Entonces, sabiendo que tenemos en el Cielo el único intercesor entre Dios y los hombres, no podemos temer más, puesto que nuestras necesidades materiales y espirituales están cubiertas por él.
Desde su trono, el Señor Jesús nos provee todo lo que le pidamos aunque no sepamos cómo hacerlo. ¿Necesitas salud, paz, alimento, medicinas, ropa, trabajo, unión familiar, reconciliación entre amigos o vecinos o cualquier otra sea tu petición? No dudes en alzar tu voz para pedirle a Aquel que dio su vida por ti.
Jesús no solo te escucha, sino, que quiere que tú le hables, le pidas lo que necesitas pero también le agradezcas por todo lo que tienes. Ojo, esto último no es condición obligatoria, sin embargo, cuando somos agradecidos experimentamos aunque sean unos segundos paz y felicidad.
Creer para anunciar y anunciar para creer
Antes de volver al Cielo, Jesús dejó una instrucción final clara y precisa: <<Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación>> (Mc 16, 15), esta no solo le correspondió a los Apóstoles, sino, que ellos la transmitieron a sus sucesores y colaboradores (obispos, presbíteros y diáconos) y de allí se extiende el encargo a todos los cristianos.
Claro está, cada quien lo hace desde sus propias realidades, circunstancias y capacidades, pero nadie está exento de la misión. Llevar el mensaje de salvación a toda la creación es, por supuesto, acompañar a las personas a ir al encuentro con Cristo y, en él, poder abrazar al Padre que nos envuelve con su Amor.
Mas no se queda solo allí, es decir, con los humanos, ya que, de la misma forma que Jesucristo vino al mundo a salvarnos nos corresponde a nosotros, como administradores que somos, cuidar y conservar la naturaleza tal como Dios nos la regaló en el principio.
A medida que te haces consciente que Dios te ama desde antes de tu concepción y que, a pesar de lo que hagas, te seguirá amando a ti aunque no esté de acuerdo con algunos de tus actos, podrás darte cuenta que ese amor que has recibido no puede quedarse solamente en ti, es necesario llevarlo a los demás.
Respetar, valorar y darle su justo lugar a quienes te rodean, tanto humanos como animales y plantas, es un acto de amor. Saber y actuar como quien asimiló que en cada ser vivo está Dios es amar, por ende, es predicar el Evangelio a toda la creación.
Eso que Dios te regala a diario no es para que te lo quedes para ti, al contrario, es alimento para tu cuerpo y alma para que, fortalecido por Su presencia, puedas salir al encuentro del otro, del más necesitado, que puede ser tanto tu familia, compañeros, vecinos o ese desconocido que te encuentras de manera “aleatoria” en tu camino.
Creer que Jesús es en verdad Dios hecho hombre, que murió en la cruz, resucitó, subió al Cielo y desde allí reina en el Amor es vivir a cada instante como un regalo, es darse a los demás sin miedo de quedarse vacío y, en resumen, es predicar con la propia vida más que con las palabras.
Comentarios
Publicar un comentario