Como María y Juan

Juna pie cruz



En una experiencia de fe que tuve la oportunidad de vivir nos enseñaron algo muy agradable, interesante, chévere...y todos los adjetivos que quieran usarse, de un complicado de realizar pero no por el acto en sí mismo sino por nuestra debilidad humana: ver a Cristo en cada persona. Y este momento es oportuno par aclarar cuál es la forma en la que debe verse a Cristo en el otro.

Si decimos ver a Cristo puede ser que lo hagamos como los fariseos y publicanos: con odio, desprecio, con un afán por deshacerse de él, quitarse ese peso de encima que era la persona de Jesús, pues decía la verdad de lo que se estaba haciendo mal y eso a ninguna persona le gusta. Por eso hay que tener mucho cuidado de no caer en esa tentación tan provocativa de mirar en Cristo a las otras personas, especialmente de ver a Cristo lacerado, humillado, crucificado, "nos quitamos de encima esa molestia". Quien es justo, dice la verdad, quien va siempre por el camino de Dios y nos vemos aludidos por esto, especialmente porque nos hace ver nuestro propio error y nuestra maldad, provoca verlo así.

Una forma más correcta de ver a Jesús en los demás es la única forma que existe: por el Bautismo el Espíritu de Dios mora en cada persona y ésta se convierte en otro Cristo, hijo de Dios. ¿Y qué pasa con los que no están bautizados, a ellos sí se les puede mirar mal? No, no se puede, y eso no fue lo que quise decir, pues aún esa persona que no ha recibido el sacramento del Bautismo es hijo de Dios también, forma parte de Su creación, y toda ella fue hecha para el Jesucristo. 

Nos lo dice Juan: "Si alguno dice 'Yo amo a Dios' y a la vez odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (1 Jn 4, 20).

Esto significa que la forma de ver a los hermanos es como María y Juan lo veían; con amor, consciente que Dios estaba en él y él en Dios; ver a Cristo en la cruz pero no como los fariseos, felices (¿?) porque habían eliminado la amenaza, sino como la madre y el discípulo amado: Él es el salvador, en quien tenemos puesta nuestra esperanza. 

Por último pero no menos importante: recordemos que todo lo que hagamos a los demás se lo hacemos al mismo Cristo (Mt 25, 31-46. 10,40)

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