En la frente no
El pasado 10 de febrero, comenzó el tiempo de Cuaresma en este ciclo C del año litúrgico. Miércoles de ceniza, día después de carnaval en el que el pueblo va a reconocer públicamente que es pecador y que quiere conversión, quiere cambiar su vida porque sabe que hay algo que está haciendo que no está bien y hay cosas buenas que no está haciendo.
Con este día comienzan los 40 días y 40 noches que pasó Jesús en el desierto, tiempo de reflexión, tiempo de alejarse de las realidades para revisar la propia vida. El desierto no es un lugar malo al que se es enviado como castigo, al contrario, el desierto es tiempo de gracia pues es el momento en el que se pide a Dios su auxilio, su perdón, queremos reconciliarnos con Él, dejar de estar lejos para acercarnos.
Pero lo que quiero compartir es algo que nos dijo el sacerdote antes de imponernos las cenizas que me impacto por lo crudo y porque yo, sin darme cuenta o con toda la intención, había caído en una actitud que él estaba indicando que no era la correcta.
La ceniza, junto con el "del polvo eres y al polvo volverás" o "conviértete y cree en el Evangelio", es un gesto de arrepentimiento, es un signo de reconocerse pecadores ante Dios y ante los hombres, en este orden, primero Dios pues sólo Él sabe lo que hay realmente en cada corazón; ante los hombres porque es necesario vencerse a sí mismo, dejar a un lado el orgullo y admitir que se ha metido la pata (como dice la expresión criolla).
La cruz de ceniza se coloca en la cabeza, donde no la vean los demás, que sólo la persona que se las colocó y Dios saben que eso está ahí y el significado que tiene. Hay que tener mucho cuidado de querer la cruz de ceniza en la frente para que todos vean que se fue a misa. Si se exhibe pierde el sentido este gesto de arrepentimiento.
A mí me pegó tanto esto que dijo el sacerdote porque, en mi parroquia, ese día hubo misa de 7 a.m. y luego a las 5:30 p.m. y yo fui a la primera porque de ahí iba a trabajar y todo el mundo iba a ver que yo tenía mi cruz de ceniza en la frente e iba a preguntar y así aprovechaba de hablar de Dios. No veo algo malo en querer hablar de Dios, pues ese es el deber ser, lo que me di cuenta no que está bien es que quería que la gente me viera, en dos palabras: fui fariseo.
Para hablar de Dios no hace falta excusas, sólo se habla y ya, pero querer que me miren a mí para preguntarme por Él es como vanidoso, ¿realmente quería hablar de Dios o quería hablar de lo buen cristiano que fui porque me puse las cenizas?
Con estas reflexiones me quedé, dando vueltas en mi cabeza hasta encontrar la respuesta. Gracias a Dios todavía me queda una cuaresma recién comenzada para evaluar mi vida a la luz del Evangelio.
Con este día comienzan los 40 días y 40 noches que pasó Jesús en el desierto, tiempo de reflexión, tiempo de alejarse de las realidades para revisar la propia vida. El desierto no es un lugar malo al que se es enviado como castigo, al contrario, el desierto es tiempo de gracia pues es el momento en el que se pide a Dios su auxilio, su perdón, queremos reconciliarnos con Él, dejar de estar lejos para acercarnos.
Pero lo que quiero compartir es algo que nos dijo el sacerdote antes de imponernos las cenizas que me impacto por lo crudo y porque yo, sin darme cuenta o con toda la intención, había caído en una actitud que él estaba indicando que no era la correcta.
La ceniza, junto con el "del polvo eres y al polvo volverás" o "conviértete y cree en el Evangelio", es un gesto de arrepentimiento, es un signo de reconocerse pecadores ante Dios y ante los hombres, en este orden, primero Dios pues sólo Él sabe lo que hay realmente en cada corazón; ante los hombres porque es necesario vencerse a sí mismo, dejar a un lado el orgullo y admitir que se ha metido la pata (como dice la expresión criolla).
La cruz de ceniza se coloca en la cabeza, donde no la vean los demás, que sólo la persona que se las colocó y Dios saben que eso está ahí y el significado que tiene. Hay que tener mucho cuidado de querer la cruz de ceniza en la frente para que todos vean que se fue a misa. Si se exhibe pierde el sentido este gesto de arrepentimiento.
A mí me pegó tanto esto que dijo el sacerdote porque, en mi parroquia, ese día hubo misa de 7 a.m. y luego a las 5:30 p.m. y yo fui a la primera porque de ahí iba a trabajar y todo el mundo iba a ver que yo tenía mi cruz de ceniza en la frente e iba a preguntar y así aprovechaba de hablar de Dios. No veo algo malo en querer hablar de Dios, pues ese es el deber ser, lo que me di cuenta no que está bien es que quería que la gente me viera, en dos palabras: fui fariseo.
Para hablar de Dios no hace falta excusas, sólo se habla y ya, pero querer que me miren a mí para preguntarme por Él es como vanidoso, ¿realmente quería hablar de Dios o quería hablar de lo buen cristiano que fui porque me puse las cenizas?
Con estas reflexiones me quedé, dando vueltas en mi cabeza hasta encontrar la respuesta. Gracias a Dios todavía me queda una cuaresma recién comenzada para evaluar mi vida a la luz del Evangelio.
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