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Este fin de semana tuve la gracia de compartir un taller nacional de formación con mis hermanos del grupo de apostolado. Confieso que fui más movido por otros factores que por los que el Señor se encargó de demostrarme durante los temas son los verdaderos. Me animó la casa donde se dio la actividad porque yo no había ido antes; ir con mi novia, que sí había ido, porque compartir las cosas de Dios con ella es de lo que me hace feliz; fue otro del grupo de mi parroquia que también iba por primera vez y que está comenzando en este movimiento.

Aunque estos motivos puedan ser buenos y lícitos no son los más auténticos a los ojos de Dios, pero como Él no se deja ganar en generosidad se valió de estos pequeños estímulos para llevarme de la mano hasta el que debe ser (Dios diga amén) el primer y auténtico motivo para movilizarse: crecer como dirigente cristiano.

Al final del taller agradecía al Señor porque me sentí peregrino, me tocó movilizarme desde el interior del país (donde vivo) hasta la capital, en autobús, con poco dinero pero confiando en Dios que nada iba a faltarme, y así fue: alcanzó para el pasaje, para uno que otro tentempié y aún, para mi sorpresa, quedó dinero. 

El temario estuvo muy muy muy bueno, las reflexiones grupales, las orientaciones de nuestros pastores que nos apoyaron en esta actividad a pesar de estar saliendo ellos de una parecida pero orientada a sacerdotes (a la que asistimos nosotros era para laicos), el compartir fraterno, el vernos sin las comodidades de casa (algunos durmieron en el piso), hubo problemas de agua y otros hechos que a los ojos de la fe son triviales.

Ver el amor con que cada persona se paraba a hablar de este movimiento no solo convencía sino que animaba a seguir adelante. No todo fueron palabras dulces, algunos dijeron cosas fuertes, y que cuestionan, pero fueron dichas con ese amor que hace mover a las personas, que corrigen al que está haciendo las cosas mal, pero no por estar en lo correcto o por saber más, sino por esa necesidad de compartir lo que Dios quiere para nosotros.

En definitiva que esta vivencia fue eso, vivencia, porque más que crecer en intelecto siento que crecí una pizca en amor y entrega a este apostolado con el cual siento que el Señor me llama a ser feliz.

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