La Ley del Amor
Una de las características de la civilización humana es el desarrollo de normas, reglas, leyes y demás medios para ordenar el comportamiento ciudadano.
En la Iglesia, o mejor dicho, en la religión, Dios también pone al alcance de los hombres unas leyes o normas por los cuales debe regirse. Estos son los Mandamientos.
Moisés los recibió directamente de Dios y los dio a conocer al pueblo, sin embargo, como siempre hay alguien dispuesto a querer cambiar lo que no le gusta o no le funciona según su forma de pensar y actuar, se hizo necesario recordarle a ese pueblo que la Ley estaba para cumplirse, no para adaptarse.
Lo mismo puede pasarnos hoy en día, aquello que Dios nos pide puede parecernos pasado de época o molesto. O por el contrario, podemos creer que se queda corto ante tanto mal que vemos y le agregamos más exigencias y pesar (cf. Dt 4)
¿Quién entrará a ver el rostro de Dios?
Al ver los 10 mandamientos más de uno dirá que es imposible de cumplir, que es una locura, e incluso que cohartan la libertad de las personas.
Es cierto que muchos se expresan en negativo (no tomarás..., no matarás, no cometerás..., no robarás, no dirás..., no consentirás..., no codiciarás...), sin embargo, hace daño verlos como una camisa de fuerza.
Al pedirnos esto, Dios, lo que quiere es evitarnos peligros, malestares, e incluso, una herida irreversible que no nos permitirá ser auténticamente felices ni en esta vida ni en la eterna.
Un corazón que no alberga sentimientos, pensamientos ni deseos que hagan mal, primeramente, a quien los está experimentando ni a quienes lo rodean está más cerca de Dios y, por lo tanto, del Cielo prometido (cf. Sal 14)
Vivir la Palabra, no solo conocerla
¿Qué ocurre si cumplimos los Mandamientos? ¿Basta eso solamente? A nivel civil sabemos que, siguiendo normas y cumpliendo leyes no tendremos problemas, pero, ¿es igual con la Ley de Dios?
Sí y no. Si seguimos la voluntad de Dios ¡claro que nos va a ir bien! Pues lo que Él desea es nuestra felicidad y salud integral, sin embargo, cumplir por cumplir, o peor, por miedo al castigo, no es la idea.
Los Mandamientos, si los ves con otros ojos, están hechos para cuidarte a ti de todo peligro del mundo, evitarte cualquier mal que salga a tu encuentro y, por supuesto, profundizar en tu relación de amor con el Señor y, así, amar más y mejor a tus hermanos (cf. St 1)
Démosle sentido y contenido
Jesús, entre tanto bien que hizo en la tierra, se enfrentó a la creencia de su época de un rigor excesivo en normas y preceptos, muchísimos de los cuales eran desviaciones (más que derivaciones) de la Ley dada a Moisés.
Al ser cuestionado porque sus discípulos no se lavaban las manos y brazos ni los utensilios de comida su respuesta fue clara: no hace daño lo que entra al cuerpo, sino, lo que sale del corazón.
Esto lo dijo hace 2000 años y sigue siendo una realidad hoy. Tanto en lo humano como en lo divino no podemos actuar "porque es así". ¿Qué nos mueve realmente a cada acción?
Cuando besas y abrazas a tu familia, ¿lo haces porque hay que hacerlo o porque así demuestras tu amor?
Cuando te sientas a comer ¿bendices los alimentos? ¿Lo haces porque de pequeño te enseñaron que es así o porque estás agradecido con Dios por tenerlos?
Cuando vas por la calle y evitas ver mal a quien no te agrada, o no te enojas al recordar un daño que te hizo, o no miras con ojos indebidos el cuerpo de tu hermano o hermana, ¿lo haces porque no debes hacer lo contrario o por respeto a su dignidad humana?
En un corazón donde Dios habita no hay malas intenciones, ni malos deseos ni un rigurismo excesivo y leguleyo.
Quien tiene a Dios en su corazón solo sabe y puede amar (cf Mc 7)
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