La mujer y el dragón

El 15 de agosto la Iglesia celebra la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Con esta fiesta, los cristianos nos alegramos y esperanzamos porque María, una como nosotros, fue llevada en cuerpo y alma por su hijo, Jesús.

Esto es motivo para detenernos un poco a ver ¿por qué ella? ¿La Biblia dice algo sobre la asunción?


Juan tuvo una visión

En el libro del Apocalipsis (nombre que traduce “revelación”), el apóstol san Juan escribió las visiones que el Espíritu de Dios le mostraba. En el capítulo 11, versículo 19 y siguientes, encontramos que del Cielo bajaba una mujer encinta, con dolores de parto.

Mientras tanto, un dragón, con 7 cabezas y 10 cuernos, aparece y se posa delante de ella, esperando que salga el bebé para devorarlo.

Tal como sabemos ahora, esta mujer de la visión no es otra que la Virgen María, aquello de la cual Dios predijo que saldría un descendiente que pisaría la cabeza de Satanás. (cf Gn 3, 15). Es por esa razón que el dragón espera, se podría decir que impaciente, por destruir a Aquel que acabaría con su poder (limitado) y pseudoreino.

(Juan habla de un dragón, sin embargo, la ciencia humana ha encontrado un parentesco real entre los reptiles sin patas y los que sí las desarrollaron)


Una mujer se desposa con el Rey

La Virgen María, por obra y gracia del Espíritu Santo, recibió, ayudó a crecer, alimentó y formó al Hijo de Dios, a quien sería reconocido como el Rey de Reyes.

Por eso, no hay error al decir que María es esposa de Dios Espíritu Santo, de quien engendró un Hijo; Hijo de Dios Padre, y Dios él mismo (este es el misterio de la Santísima Trinidad)

En la visión de Juan, la mujer está “vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap 12, 1). Si comparamos esto con Sal 44, 10, vemos que es la misma, aquella que se acerca con joyas ante su Señor.

Vestida del sol o con oro de Ofir en sus vestiduras, se trata de María, pues ¿qué mayor sol que el Sol de Justicia, Jesucristo? ¿Qué otros vestidos de oro sino la propia divinidad que la arropa, la cobija, la cubre, la proteja y un sinfín de formas de decir que se hacen uno?

María, Inmaculada Concepción, Madre de Dios hecho hombre, Virgen desde siempre y para siempre, se presenta ante Dios como la más pura, la más limpia, la más hermosa; pero también, la más humilde, la más obediente, la más servicial. La que dijo “sí” sin preguntar por qué, sino, cómo.

Esa es la Reina que se desposa con el Rey. La misma que trajo Luz al mundo con su amor y entrega al Señor.


La dormición de María

La Iglesia Católica Oriental celebra esta fiesta con el nombre de “Dormición de María”, ya que, aquellos que mueren en Cristo, es decir, habiendo vivido según el Evangelio y cumpliendo el mandato de Cristo “ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (cf Jn 13, 34) no mueren de verdad (1 Co 15, 20-27))

Por eso, luego de la Ascensión (Jesús resucitado subiendo de nuevo al Cielo por su propio poder) nuestra esperanza está puesta en la Asunción de María; una mujer, que, como cualquiera de nosotros, no puede subir por sí misma, sino, que debe ser tomada en brazos de su hijo.

Una vez que la Virgen muere, a los ojos de este mundo, el mismo Jesús vino a buscarla, para llevársela en cuerpo y alma a la gloria del Padre. Así, madre e hijo siguen estando unidos para siempre.

Para nosotros, el panorama no es tan distinto. Al final de nuestra vida terrena, tenemos la posibilidad de ir (nuestra alma) al Cielo, mientras llega el tiempo fijado por Dios Padre para la resurrección final; en la cual, cuerpo y alma se unirán por los siglos de los siglos.


Magníficat

En el evangelio según san Lucas (1, 39-56) vemos a una María que, habiendo recibido el anuncio de la Encarnación, sale sin demora a acompañar y atender a su prima Isabel.

Cuál no sería la sorpresa de la joven madre al ser recibida con aquellas palabras “¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor?” (Lc 1, 43). Isabel, movida por el Espíritu Santo, reconoce la acción de Dios en María; gracias a ella tenemos parte del Ave María.

Una oración que hacemos para pedir, con seguridad, la intercesión de aquella que, por fe, creemos que está junto a Jesús. ¿Y de qué otra forma podría ser si, ante aquel saludo, su reacción fue alabar a Dios?

La respuesta de la Virgen, en ningún momento, fue reconocer como mérito propio el estar embarazada de Dios, al contrario, ella supo desde el primer instante que lo que crecía en su interior era inmenso, muchísimo más grande que ella; su papel era de esclava humilde.

¿Cómo iba a ser posible, entonces, que Jesús, siendo hijo de María, dejara que su cuerpo se corrompiera por la tierra? En su divino corazón humano, no habrá cabido otro sentir que el llevar el Reino donde la Luz es eterna a aquella que fue portadora de la Luz.

Así como María vivió bajo la voluntad del Padre, proyectando la Luz del Hijo, movida por el Espíritu Santo, así estamos también llamados, tú y yo, cristianos de este mundo actual tan necesitado de esperanza, aliento, consuelo y amor sincero.

María es un adelanto de la gloria que recibiremos si somos fieles a Dios, por eso Ella, asunta al Cielo, es nuestra defensora y modelo a seguir.

No hay imposibles para quien confía en Dios; mucho menos para quienes confían en quien confió en Dios a plenitud.

Comentarios

Lo más visto

Aplausos

Dementores

Hagamos tres chozas