Hablemos de fe I
Según el diccionario, la palabra fe
significa:
- Conjunto de creencias de una religión.
- Conjunto de creencias de alguien, de un grupo o de una multitud de personas.
- Confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo.
- Creencia que se da a algo por la autoridad de quien lo dice o por la fama pública.
- Seguridad, aseveración de que algo es cierto.
Siendo así, fe es:
- Creer.
- Creer en grupo.
- Confiar.
- Creer por la persona que lo dice.
- Seguridad que es verdad.
Entonces, fe es creer y confiar en
alguien, por el solo hecho de que alguien lo dijo, y estar seguros que esto que
dice es verdad. Y así como está escrito parece muy seco, sin emoción, sin
pasión, en fin, sin ganas de tener fe.
Por ello, la Iglesia nos enseña que
la fe es la creencia en Un solo Dios, teniendo la certeza que todo lo que nos
dice (que está contenido en la Biblia) es verdad, confiando en ese Dios, cuya
autoridad está en que “ÉL ES” (cf Ex 3, 14). Creador de todo, dador de Vida y
que todo Él es Amor.
Se puede tener fe en las personas,
y esto no está mal, al contrario, habla bien de nosotros, porque confiamos en
los demás, creemos en su palabra y le damos un voto de confianza de que no nos
va a fallar.
Esto, también responde a lo que nos
dice la Biblia en 1 Jn 4,20: “El que dice ‘Yo amo a Dios’, y odia a su hermano
es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama a su
hermano, a quien ve?”. Ya que, para poder confiar en Dios debemos primero poder
confiar en nuestros semejantes. Debemos volver a ser como niños, en el aspecto
de la confianza, no ver a los demás como enemigos, o como personas que vienen a
hacernos mal; debemos volver a ser como cuando niños, que todos los brazos que
veíamos nos dejábamos cargar por ellos, porque para nosotros, en ese momento,
no había conciencia de maldad, todos eran buenos.
Claro está, esa fe es pasajera, y
no porque de repente dejemos de creer en X persona, sino, porque aquella no puede
ofrecernos lo que Dios nos ofrece. Poner nuestra fe en personas (iguales que
nosotros, con errores como nosotros, que van a morir, como nosotros) no nos da
la Vida que se nos ha prometido.
Poner la fe en Dios nos da la
certeza de contar con un respaldo que viene de lo alto. Poner nuestra fe en
Dios nos asegura que no seremos defraudados, que no nos traicionarán, porque
Dios es siempre fiel a su promesa, Él no puede desmentirse a sí mismo (cf 2 Tim
2, 13).
Lo que ocurre con la fe es que no
proviene de nosotros, por eso, me parece, ignoramos lo que ella nos trae. La fe
nos viene de Dios por el Bautismo, es un regalo que Él nos da, creemos en Dios
porque Él mismo nos regala la posibilidad de creer. Se preguntarán en este
momento entonces que si una persona que no ha sido bautizada no puede tener fe,
yo diría que sí y no, puesto que el acto de creer es posible por el Espíritu de
Dios dado a nosotros en las aguas bautismales, aquellas que aún no han recibido
este sacramento tienen una fe racional, creen en Dios porque para su razón la
existencia de un ser superior creador de todo tiene “sentido”, pero sólo por la
acción del Espíritu Santo podemos llamar
a Dios “Padre” (cf Ga 4, 6).
El Papa Benedicto XVI nos decía que
debemos tener Fe y Razón. Ambas actúan de la mano y se necesitan mutuamente. La
fe es la que nos hace creer pero la razón es la que nos mantiene los pies sobre
la tierra. Mientras la fe busca elevarnos hasta Dios, la razón nos mantiene
aquí en la tierra, el lugar donde vivimos, donde (a los ojos de la fe) Dios nos
ha puesto.
Si solo tenemos fe, inevitablemente
nos convertiremos en fanáticos, ya que, no razonaremos en lo que creemos,
simplemente creeremos porque sí, y a todo lo que se nos diga diremos Amén sin
saber qué estamos diciendo creer. Y si solo tenemos razón, seremos ateos,
puesto que, para nuestro raciocinio, no hay explicación al hecho de que exista
un ser superior, y mucho menos que sea imperceptible por nuestros sentidos. Por eso, fe y razón se llevan de la
mano, ya que esta última lleva al crecimiento de la primera.
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