Hablemos de fe II
Una vez que sabemos que tener fe es creer, sin
explicaciones, simplemente el hecho de creer y ya, podemos preguntarnos ahora
¿y mi fe será siempre igual? Pues no, tu fe no será siempre igual, crecerá,
disminuirá, la perderás, la recuperarás, cada día será mayor que el
anterior…todo depende de ti, de lo que hagas por tu fe, desde tu fe, y con tu
fe. De eso quiero hablarte hoy.
Cuando buscamos ejemplos bíblicos sobre la fe
tenemos los que yo llamo “los clásicos”: Abraham y María. Para mí, ellos dos
son los ejemplos más grandes de fe que conozco.
Abraham, hombre anciano y sin hijos, su esposa,
anciana también; un día se le aparece un ángel a este hombre y le trae un
mensaje de lo Alto: para demostrarle que no hay imposibles para Dios, Sara
queda embarazada, a pesar de su ancianidad, y porque ha creído, Dios le promete
una descendencia numerosa como las estrellas del cielo.
En el caso de María, también hay un hijo de por
medio, pero esta vez no se trata de una anciana y su esposo igualmente anciano,
todo lo contrario, una jovencilla (los estudiosos dicen que tendría apenas 15
años de edad) que estaba prometida con José (un hombre también jóven)
para matrimonio, pero aún no estaban casados, aún no había intimidad sexual, y
se le aparece el ángel a esta muchachita y le dice que quedará embarazada por
obra del Espíritu de Dios. Para mi es imposible entender a María en ese
momento, pero puedo intentar imaginarme la sorpresa de que se aparezca un ángel
del Señor, y, como si fuese poco esto, dice que va a quedar embarazada María
siendo virgen, lo cual, dentro de mi entendimiento humano me parece imposible,
puesto que para que una mujer quede embarazada debe tener relaciones sexuales
con un hombre, pero Dios quiere demostrar que para Él no hay imposibles. Y María
creyó, y Dios no solo le dio un hijo, si no que le dio al Mesías esperado.
Quise rescatar estos dos acontecimientos para
darle pie al mensaje que quiero compartirles hoy: la fe en Dios nos hace
fecundos. Pero al igual que Abraham y María, depende de cada uno de nosotros
que Dios engendre vida.
Había hablado en otros post sobre la fe, bueno,
un esbozo de ella, puesto que cada uno tiene su propia historia de fe para con
el Señor, y es esta fe la que hay que cultivar, por la que debemos luchar todos
los días, la que no podemos permitir que se pierda, y miren que esto último es
muy fácil que ocurra si no cimentamos bien nuestro “Yo Creo”.
Me permito la siguiente comparación: la fe es
como un músculo, y para que crezca y esté duro hay que ejercitarlo. Igual
nuestra fe, para que cada día sea más sólida debemos “creer”. El ejercicio para
nuestra fe es la oración, los Sacramentos, los actos de piedad, el trabajo
pastoral, la lectura formativa, hablar de nuestra fe con los demás creyentes, o
incluso con los que no creen, puesto que si aquellos nos hacen dudar empezamos
a leer al respecto y así nos estamos fortaleciendo.
Muchas veces he escuchado no se ama lo que no se conoce, y resulta que con Dios pasa
exactamente lo mismo, es imposible tener fe en Dios si no le conocemos, si no
sabemos lo que Él ha hecho, hace, y hará por nosotros. La Biblia es la primera
fuente de fe, en ella están contenidas las historias de muchos hombres y
mujeres que creyeron en Dios, y otros tantos que no. Esa lectura es la que nos
permite encontrarnos con Dios, conocerle, saber lo que nos ofrece, y esto nos
fortalece.
Así como el padre y la madre hablan con los
hijos, y estos, a su vez, hablan con sus progenitores, igualmente nosotros,
cristianos, hechos hijos por el Bautismo, podemos hablar con nuestro Padre
Dios, y es precisamente esa conversación la que nos hace fortalecer en la fe,
puesto que, cuando elevamos nuestra voz hacia Dios, también se elevan nuestro
pensamiento y nuestra alma. La oración nos lleva a Dios.
Los Sacramentos, como signos visibles de Dios,
nos acercan a Él porque podemos verle y alimentarnos de Él en la Eucaristía, o
escucharlo en la Confesión, recibir su Amor a través de la Unción de los
enfermos, Confirmar que creemos, y lo que nos abre las puertas del Cielo, y permite
la recepción de los otros Sacramentos, el Bautismo, en el cual nos sumergimos
con Cristo, que venció el pecado y la muerte, y nos levantamos como miembros
del Cuerpo de Nuestro Señor.
Los dos Sacramentos que me faltaron en el
párrafo anterior los dejé para este, ya que, tanto el Matrimonio como el
Sacerdocio nos permiten la acción pastoral. Esa que es llevar a Dios hacia
aquellos que no le conocen, y llevarle a Dios aquellos hermanos que no han
tenido un encuentro con Él. Claro está, hay quienes tienen la vocación de
soltería sin tener que ser religiosos o sacerdotes, pero tanto los solteros
como los casados tenemos el llamado/envío de
Dios de servirle en los demás.
En conclusión, que nuestra fe crezca depende
únicamente de nosotros, y aunque recemos “Señor, aumenta en mi la fe” la única
forma que ésta aumente es que nosotros creamos que con pedirlo va a suceder. No
dejemos nunca de ejercitar ese músculo que es la fe, ya que, mientras más
grande y duro esté, más difícil será para el Enemigo hacernos caer.
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