Sacerdocio común

El Concilio Vaticano II, inspirado por el Espíritu Santo y querido por el Padre, nos ha permitido entender que en el Hijo todos somos sacerdotes, aunque no de la misma manera ni con la misma finalidad. Todo bautizado es hecho sacerdote, profeta y rey; recibe el Espíritu Santo que es-debe ser el motor de todo cristiano. Mas este sacerdocio bautismal no es igual al ministerial, es decir, el hombre que ha recibido la vocación a ser ministro de Dios es hecho sacerdote en el sacramento del Orden de una manera distinta, se hace uno con Jesús y de ahí en adelante actúa en la persona de Cristo.

La Constitución Dogmática Lumen Gentium en su capítulo I numeral 10 nos habla del sacerdocio común y dice:

   El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque se  diferencian esencialmente y no tan solo en la proporción, se ordenan el uno para el otro,  puesto que uno y otro participan, en forma peculiar, del único sacerdocio de Cristo...Los fieles en virtud de su sacerdocio real, concurren a la oblación de la Eucaristía, y lo ejercen con la recepción de los sacramentos, con la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y con la caridad operante.


Esta es la luz que ha abierto los ojos del pueblo de Dios en cuanto a ser nación santa, pueblo sacerdotal (1 Pedro 2, 9), obviamente sin querer sustituir al ministro ordinario pero siendo conscientes que el Reino de Dios no lo forman sólo los presbíteros. Nosotros también, laicos conscientes de nuestra triple dimensión, estamos también llamados a extender el Reino de Dios por el mundo de la única manera que sabemos hacer: siendo cristianos auténticos donde nos paremos. 

Este sacerdocio bautismal es el que nos permite, en primer lugar, recibir los demás sacramentos, y con ellos cumplir la misión de evangelizar. Nuestra participación no debe ser sólo recepción de ellos, como si fuesen monedas y nosotros unas máquinas traga monedas. Cuando el ministro ordenado celebra un sacramento, así sea él solo el que hable, sólo él el que mueva sus manos, todos los allí presentes estamos también celebrando. El sacerdote habla en la persona de Cristo al Padre en nombre de la Iglesia, es decir, él recoge en sus labios todas las peticiones que hacemos a Dios.

Los laicos debemos ordenar el mundo a Dios, esto es, participar de forma activa en la sociedad en la que vivimos de tal manera que los criterios humanos se adapten a los criterios divinos. No podemos ser cómplices ni partícipes de los anti valores, de la cultura de la muerte ni del descarte, no podemos quedarnos de brazos cruzados mientras nuestros hermanos se destruyen unos a otros, se pierden en el camino y/o hacen perderse a los demás. 

Obviamente que nosotros no tenemos la facultad del sacerdote ordenado para administrar los sacramentos pero lo que sí tenemos es el Espíritu Santo que recibimos en nuestro Bautismo por manos del diácono, sacerdote u obispo que nos bautizó; tenemos a Cristo hecho pan y bebida de salvación que recibimos de manos del sacerdote u obispo y que son para nosotros alimento para el camino. Tenemos el perdón de nuestras pecados y el abrazo de acogida que recibimos de Dios por parte del sacerdote u obispo, de igual forma estos nos administran la Unción de los enfermos cuando el cuerpo se ve aquejado gravemente pero con la mirada puesta en la salud del alma.

Quien ha recibido el Matrimonio de manos del diácono, sacerdote u obispo, tiene la gracia de formar un Belén en casa, el hombre debe ser como san José y la mujer como la Virgen María, en cuanto a la fe en Dios y el amor a los hijos que salgan de esa unión, la Iglesia se construye desde casa y, quién quita, salgan de allí el día de mañana los nuevos ministros ordenados. 

El obispo, sucesor de los Apóstoles, tiene también la misión de confirmar en la fe a sus hermanos, y he aquí nuevamente la efusión del Espíritu Santo en nuestras vidas para seguir luchando contra el demonio y sus seducciones para, día a día con la ayuda de Dios, ser más y mejores cristianos, precisamente como los Apóstoles. No en vano este sacramento es el del envío misionero, el "vayan de dos en dos" que dijo Jesús a sus discípulos (Lc 10, 1-9). Por esta misma razón solo el obispo puede ordenar sacerdotes válidamente.

Me detuve en dar tanto detalle del ministro ordinario de cada sacramento pues a nosotros nos corresponde también velar que alguno que no le corresponda quiera administrar un sacramento. Estos regalos que Dios nos da diariamente están en las manos de los ministros que Él ha querido, por eso la importancia de orar por nuestros sacerdotes. 

La mejor celebración que podemos hacer con el don del sacerdocio bautismal es la oración, siempre y en todo lugar orar por los más necesitados, por nuestros hermanos, por nuestros ministros, por los misiones, lo evangelizadores, por las intenciones del Papa, por nuestra diócesis, por nuestra parroquia. Eso y recibir los sacramentos con la mejor conciencia posible del misterio que allí se esconde es lo que podemos ofrecer a Dios.

Comentarios

Lo más visto

Aplausos

Dementores

Hagamos tres chozas