Por eso es tu hermano


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El hombre no fue creado para la muerte, esta tiene cabida a raíz de la ruptura en la relación con Dios y es, por este motivo, que nuestro instinto de supervivencia nos alerta ante cualquier signo posible de muerte, desde algo que nos dañe físicamente (lesiones, heridas, enfermedades) hasta lo que nos puede matar el alma (que a fin de cuentas es lo que nos debe importar realmente).

Una vez rota la comunión plena con Dios el hombre empezó a temer que se acabe la vida tal como la conoce, por eso es que durante varios siglos el Señor fue revelando su plan de amor hacia la humanidad para que entendiéramos que estamos de paso por esta tierra, que nuestro destino primero y último es la Patria Celeste, volver a la comunión de Amor que inunde y abarque todo nuestro ser.

El miedo a la muerte es una respuesta natural para aquella persona que no ha conocido el Amor de Dios o que sigue teniendo el corazón dividido entre lo material (que es pasajero, finito, corruptible) y lo espiritual (que trasciende nuestro ser, que es infinito, eterno, perfecto).

En la actualidad es el coronavirus que nos tiene asustados, pero antes lo fue la gripe porcina y antes otra enfermedad y, yéndonos hacia atrás en la cronología podemos llegar a la lepra que tanto miedo inspiraba. El problema no es el virus, la bacteria, o el agente patógeno de turno sino, y esto es lo que realmente me preocupa, el miedo desmedido que nos lleva a la histeria colectiva.

Bendito sea Dios por la tecnología que nos ha permitido crear pero la manera deshumanizada en la cual se lleva es el verdadero peligro, la auténtica amenaza a la que hay que buscarle cura y lo único que nos debe dar miedo de verdad. El bombardeo constante de información negativa, desesperanzadora, apocalíptica (según el estándar cinematográfico) es lo que nos tiene enfermos no solo en la mente sino en el alma.

Una cuestión es que se tomen las medidas pertinentes para evitar la propagación de la enfermedad y otra que se llegue al extremo de condenar y señalar a cualquier persona que nos pase por el lado o tengamos cerca por el simple hecho de estornudar o toser (ambas respuestas naturales del cuerpo sin significar alguna anomalía en su funcionamiento).

Veo con dolor y tristeza que no estamos previniendo un contagio masivo (para no alargar el tiempo que dure esta pandemia mundial como ha sido catalogada ya) sino que estamos huyendo del otro como si fuese portador de la muerte misma. Si parecen exageradas mis palabras basta con ver las actitudes que la mayoría de las personas están tomando.

Basta ya de segregación, basta ya de discriminar al hermano por el simple hecho de que está vivo. Sí, es una irresponsabilidad de nuestra parte seguir viviendo como si nada está pasando pero es una falta de caridad cristiana (o de solidaridad si queremos hablar en términos civiles) el excluir al otro de mi vida.

Basta de miedo, basta de ver al hermano como si fuese el portador de un apocalipsis zombie que está a nuestro acecho.

Es momento de quedarnos en casa y aprovechar el tiempo en familia, llevamos décadas alienados de aquellos con quienes vivimos, aprovechemos este tiempo para olvidarnos de playa, parques, plazas, centros comerciales y volteemos la mirada a la persona con quien compartimos casa. Dejemos de vivir en una pensión u hotel y volvamos a vivir en un hogar, que se vuelva a sentir familia mi familia.

Quede a un lado, por unas horas al menos, tanta sobresaturación que hay en los medios sociales. Volvamos a los domingos familiares de ver películas. Leamos juntos un libro o hagamos un experimento cargado de más adrenalina: preguntémosle a quien tenemos al lado ¿cómo se siente? ¿Qué ha hecho últimamente? ¿Qué sueña para el futuro inmediato? y (la parte más interesante de esto) escuchemos lo que tiene para decirnos, interesémonos de verdad por el otro.

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