Mártires

Harapientos nuestros trajes,
sudorosas nuestras frentes,
mugrientas nuestras pieles,
olemos a hiel y muerte.

Luchamos por muchos campos,
los soldados iban bajando,
descalzos los alcanzamos
al pie del acantilado.

No es tarea sencilla
llevar una luz que brilla
más que el sol a mediodía
a escondidas.
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Decir el Nombre santo,
ese que oír anhelamos,
a más de uno le costó tanto
que más no oímos su canto.

Perseguidos como ladrones
paramos en embaucadores
que saldaron con sus deudores
al verlos hechos jirones.

Cayeron más de mil veces miles
pero no fueron sus muertes inútiles
porque muchos sintiéronse libres
al verlos de ellos despedirse.

La Pascua se adelanta
cada vez que un alma
el himno del Gloria canta
mientras expone su garganta.

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